Traducción de la versión resumida publicada en Blätter für deutsche und internationale Politik, mayo de 2014.
El
monopolio de dinero mundial del que de hecho gozan los EE.UU. explica
que una economía nacional como la de ese país, que en muchos ámbitos no
es competitiva y que muestra unos balances comerciales crónicamente
deficitarios, pueda sin embargo no sólo financiar megaproyectos como el
del complejo industrial-militar y numerosas guerras muy costosas, sino
también mantener un sector financiero relativamente estable y poseer una
moneda que atrae hacia sí como un imán capitales excedentarios de todo
el mundo.
Con las elecciones al Congreso, el próximo
otoño, la “era” de Barack Obama entra en su última fase. Poco antes de
asumir el cargo, el nuevo presidente de EE.UU. causó una gran sensación
al anunciar el nuevo “siglo del Pacífico”. Sin embargo, a dos años del
final de su segundo mandato lo vemos con más claridad. El anuncio de un
supuesta reorientación hacia el Pacífico servía al propósito de ejercer
presión sobre Europa, y especialmente sobre Alemania, para que
subsanaran aparentes vulnerabilidades en materia de seguridad(1). Sin
embargo, en realidad no está el Pacífico en el punto de mira de los
intereses geoestratégicos de EE.UU., y tampoco –a pesar de la crisis de
Crimea– el “viejo mundo (europeo)”, sino el Próximo y Medio Oriente,
pues de su destino depende el futuro de la hegemonía estadounidense.
El interés de EE.UU. en esta región es tan
viejo como los enormes yacimientos de petróleo allí existentes; aunque
no debido a su propio abastecimiento de petróleo, como equivocadamente
suele suponerse. EE.UU., gracias a sus inmensos recursos energéticos
propios, no depende de las importaciones de petróleo desde comienzos del
siglo pasado, y en el presente están a punto de continuar
autoabasteciéndose mediante el uso generalizado de la técnica del fracking.
Como nueva potencia hegemónica tras la Segunda Guerra Mundial, los
estadounidenses se dieron pronto cuenta de que si tenían bajo su
control a Oriente Medio y sus enormes reservas petrolíferas, controlando
así el carburante de la economía mundial, podían hacer que las
potencias mundiales rivales dependieran de ellos. Al comienzo, los
EE.UU. establecieron junto con Arabia Saudí, su principal aliado en la
región, un régimen global de suministro de petróleo que garantizara la
seguridad energética a Occidente, China y todos los BRICS. Dentro de
este régimen, Arabia Saudí se encargaría de mantener una sobreproducción
constante. Gracias a este sistema impulsado políticamente por los
EE.UU., tanto los aliados occidentales como los rivales de EE.UU.
disfrutaron de un suministro seguro de petróleo a bajos precios, y esto a
pesar de las numerosas turbulencias políticas durante toda la segunda
mitad del siglo pasado. Al mismo tiempo, el dólar estadounidense,
vinculado a los precios del petróleo, era la moneda de referencia
global.
Pero el régimen petrolero bajo el dominio
de EE.UU. se vino abajo cuando los nuevos gigantes económicos China e
India, con su insaciable sed de energía, comenzaron a hacerse cargo por
sí mismos de su suministro. Los mercados del petróleo se rigieron en
adelante según las leyes de formación de precios de los bienes no
renovables; en consecuencia, los precios del petróleo aumentaron
drásticamente y, a partir de entonces, siguieron los mecanismos del
mercado.(2)
Ironías de la Historia, con la pérdida de
la capacidad de regular los precios del petróleo, quedándose así sin uno
de sus principales instrumentos políticos, fue precisamente el nuevo
régimen de precios fijados por el mercado mundial lo que permitió a los
EE.UU. reforzar su hegemonía enormemente. Pues los elevados precios del
petróleo multiplicaron la parte porcentual del comercio mundial
correspondiente a ese recurso, haciendo así que se disparara la demanda
de dólares y de bonos del Tesoro estadounidense. De este modo, en el
futuro previsible, el dólar continuará siendo la moneda de referencia.
En esto continúa fundándose el verdadero
dominio de los EE.UU.: debido a la ilimitada capacidad del dólar en
cuanto moneda de referencia global de crear dinero, EE.UU. es la única
economía del mundo que puede permitirse financiar numerosos
megaproyectos a la vez –como la nacionalización de los bancos y el
gigantesco gasto armamentístico– mediante el endeudamiento del Estado y
la emisión de bonos del Tesoro. Ninguna otra economía habría podido
superar por sus propios medios la crisis bancaria posterior al crac de
2008 sin sufrir graves consecuencias. Sin embargo, la Corporación Federal de Seguro de Depósitos
(FDIC), cuya base financiera está constituida esencialmente por los
bonos estatales del departamento del Tesoro, proporcionó a EE.UU. el
capital necesario. La FDIC es una institución creada por el Congreso
estadounidense específicamente para “promover la estabilidad y la
confianza pública en el sistema financiero nacional”. Así, ya en 2009
los EE.UU. nacionalizaron con éxito la totalidad de los bancos en
quiebra para volver a privatizarlos una vez se deshicieron de sus
deudas, mientras que en la UE la crisis bancaria se ha convertido en una
crisis de sobreendeudamiento del Estado.
Pero los datos económicos globales de
EE.UU. no son nada positivos. Desde 1987 el balance comercial registra
un continuo déficit, con una suma acumulada durante estos 26 años que
asciende a 9,627 billones de dólares. La principal causa de ello es que
sectores de la economía estadounidense han dejado hace tiempo de ser
competitivos frente sus principales competidores (la UE, China y Japón).
A esto se añade el creciente déficit presupuestario, resultado de un
gasto armamentístico que ha ido creciendo drásticamente. Los diversos
Gobiernos estadounidenses, desde hace decenios, han venido “resolviendo”
ambos problemas –su déficit por cuenta corriente y el en consecuencia
siempre creciente déficit presupuestario– mediante la emisión de bonos
del Tesoro y la correspondiente creación de moneda.
Desde el punto de vista técnico, estos dos
objetivos se consiguen de la siguiente manera: Para realizar los gastos
públicos corrientes, el departamento del Tesoro cambia en el FED sus
bonos del Estado por dólares recién imprimidos (sólo en 2013 se pusieron
así en circulación 1,1 billones de dólares). El FED, por su parte,
comercializa esos bonos del tesoro en el mercado mundial y provee así a
la economía estadounidense de nuevo capital de forma constante,
encargándose así de compensar el déficit por cuenta corriente. El precio
a pagar por esta política de creación de dinero es la gigantesca deuda
del Estado estadounidense, que entre 2003 y 2013 escaló desde los 6,731
billones de dólares hasta los 17,556 billones. Con ello, en ese mismo
espacio de tiempo la proporción del gasto público con relación al PIB
aumentó del 60% al 108% (para comparar, la UE pasó del 60% a “sólo” el
87%).
No es de extrañar que una economía que
adolece de tales déficits por cuenta corriente y presupuestario se haya
transformado en una economía superconsumidora, con el endeudamiento del
Estado más grande de todos los tiempos. Este sobreconsumo ascendió sólo
entre 2001 y 2013 a 11,550 billones de dólares. Dicho con claridad, esto
significa que anualmente fluyeron desde todo el mundo hacia EE.UU
capitales correspondientes a rendimientos económicos reales que, por
término medio, ascendieron a 962,5 miles de millones de dólares,
mientras que ese país se limitó a imprimir más dinero y a ponerlo en
circulación.
Para que lo veamos aún más claro, en 2012,
la masa de capital de 1,250 billones de dólares que fluyó hacia los
EE.UU. correspondía al 7,9% de su PIB. Esta masa de capital adicional
inyectada en la economía explica la drástica caída de la tasa de ahorro
de EE.UU. en ese periodo. Los estadounidenses consumieron casi la
totalidad de las mercancias y servicios que produjeron, mientras que el
resto del mundo se hizo cargo de las inversiones necesarias para
mantener la economía de ese país en funcionamiento.
En realidad, los EE.UU. se parecen cada
vez más a los Estados rentistas árabes, con la diferencia de que en vez
de petróleo utilizan el dólar, la moneda de referencia internacional,
como palanca para hacerse con un poder adquisitivo global. Mientras que
Arabia Saudí al menos exporta petróleo a cambio de los productos de
otros países, los EE.UU. únicamente inyectan papel en el circuito
monetario global.
El dólar como palanca
La razón de esto es que la mayor parte de
las operaciones comerciales mundiales se siguen realizando en dólares.
De ahí que la demanda mundial de dólares sea enorme y que crezca en la
medida en que crece el comercio mundial. Por eso pueden también los
EE.UU., con la ayuda del FED, poner continuamente dólares en circulación
y financiar de este modo sus déficits por cuenta corriente y
presupuestario (y, en último término, también su endeudamiento en
constante ascenso).
Es por esto que al Premio Nobel de
Economía Roger B. Myerson no le preocupan las deudas de EE.UU., pues
según él: “Las deudas estadounidenses están en dólares y EE.UU. puede
imprimir dólares. [...] Quizá tengamos inflación, pero es seguro que
podremos pagar las deudas”. Sin embargo, al contrario de lo que afirma
Myerson, el economista estadounidense Michael Hudson sabía ya en los
años 70 que en realidad EE.UU. nunca pagará sus deudas: “Puesto que
estos préstamos del ministerio de Finanzas están insertos en la base
monetaria de la economía mundial, no hay necesidad de devolverlos, sino
que se renuevan de forma ilimitada. En esta refinanciación sin fin se
basa la travesía financiera a gastos pagados de los EE.UU, una carga que
se le impone al mundo entero”.(3)
De hecho, los EE.UU pueden engullir sin
más el poder adquisitivo excedentario creado en todo el mundo. No
obstante, todo esto funciona mientras el comercio del petróleo se
realice en dólares y otras potenciales monedas de referencia –como el
euro o el yuán chino– no pongan en peligro el estatus del dólar. Pues
tras el derrumbe del sistema de Bretton-Woods, en 1973, casi
inadvertidamente el respaldo del oro fue sustituido por el respaldo del
petróleo vinculado al dólar: la demanda de petróleo creció cada vez más
en todos los países, a excepción de los exportadores, y es un bien
homogéneo y escaso con un precio en alza. Así, el porcentaje del
comercio del petróleo con respecto al comercio mundial en conjunto ha
ido ascendiendo continuamente, desde el 1,7% en 1970, al 6% en 2001, lo
cual ha provocado un drástico aumento de la demanda de dólares. Además,
la vinculación del petróleo al dólar liberó a EE.UU. de todas las
ataduras del Acuerdo de Bretton-Woods, de modo que el país pudo en
adelante acumular deudas estatales de forma aún más desenfrenada que
hasta entonces.
Empleo de medios militares
Pero para asegurar que en los próximos
decenios el comercio global del petróleo siga efectuándose en dólares es
preciso un Oriente Medio en lo posible totalmente controlado por EE.UU;
por ejemplo, mediante el cambio de régimen en todo país en el que esto
parezca necesario para sofocar cualquier intento de crear posibles
alianzas antidólar. El neoconservador Proyecto para el Nuevo Siglo
Americano (PNAC) apuntó desde su comienzo en esta dirección con su
propósito de crear un Gran Oriente Medio subordinado lo más posible a
los EE.UU. En los documentos del PNAC no se habla en ningún momento de
crear condiciones para la paz, sino de la guerra, del establecimiento de
bases militares por todo el mundo, de la supremacía militar en tierra,
mar y aire, de escudos nucleares de defensa en la atmósfera y, sobre
todo, de nuevos incrementos del gasto militar.
En la última década, con un presupuesto de
Defensa anual entre los 500 y los 800 miles de millones de dólares,
EE.UU. se ha gastado en armamento tanto como todo el resto del mundo.
Con un gasto improductivo de tal envergadura, cualquier otra economía
nacional habría quebrado hacía tiempo. De hecho, la carrera
armamentística de la Guerra Fría condujo a la caída de la Unión
Soviética. EE.UU., por el contrario, tras el fin del enfrentamiento de
bloques incrementó exponencialmente sus gastos militares, de los 150 mil
millones de dólares en 1990 a la astronómica suma de 739 mil millones
en 2011. La proporción del gasto militar de EE.UU. con relación a su PIB
asciende actualmente al 4%, más del doble que en otros países
industrializados, a pesar de la actual intención, por vez primera, de
recortar el gasto militar. La oposición, que censura enérgicamente el
aumento de gasto en cualquier otra partida presupuestaria, se abstiene
de toda crítica cuando se trata de los gastos militares, a menos que el
aumento del gasto le parezca demasiado corto. Y tampoco en los medios ni
en la sociedad provocan debates de importancia las inmensas cifras del
gasto militar. ¿Pero cómo se explican estos enormes gastos
armamentísticos y cómo se justifican ante la población? En último
término porque EE.UU. cubre también sus gastos militares mediante el
endeudamiento público y la impresión de moneda, pues la financiación de
los costes de la guerra mediante impuestos directos haría que la
población se movilizara contra cualquier conflicto bélico. Así, no sólo
los Gobiernos europeos financiaron las dos Guerras Mundiales mediante el
endeudamiento público, sino también todos los Gobiernos
estadounidenses. La continuidad de guerras, sobre todo desde la Primera
Guerra Mundial, ha provocado un aumento ininterrumpido del endeudamiento
de los EE.UU.
El monopolio de dinero mundial del que de
hecho gozan los EE.UU. explica que una economía nacional como la de ese
país, que en muchos ámbitos no es competitiva y que muestra unos
balances comerciales crónicamente deficitarios, pueda sin embargo no
sólo financiar megaproyectos como el del complejo industrial-militar y
numerosas guerras muy costosas, sino también mantener un sector
financiero relativamente estable y poseer una moneda que atrae hacia sí
como un imán capitales excedentarios de todo el mundo.
Un mundo sumido en el caos como oportunidad, para EE.UU.
Para conservar su hegemonía, EE.UU. debe
evitar como sea la aparición en escena de nuevas potencias competidoras e
impedir de manera preventiva presentes o futuras amenazas que pudieran
originarse en los países productores de petróleo. La situación ideal
para conseguir sus objetivos al menor coste sería la disgregación de los
centros de poder opositores por medio de conflictos étnicos y
religiosos, guerras civiles, el caos y la desconfianza en Oriente Medio,
siempre según el lema de probada eficacia “divide y vencerás”. De este
modo, durante muchos años ninguna potencia estaría en condiciones ni
siquiera de plantearse realizar el comercio del petróleo en una moneda
distinta del dólar. A esto se añade que, puesto que todos los que
participan en ese comercio necesitan petrodólares para proveerse de
armas, los pozos petrolíferos siguen borboteando alegremente, como se
puede observar actualmente en Irak, un país azotado a diario por
atentados terroristas y sumido en el caos.
De hecho, en el presente vivimos fuertes
cambios en dirección hacia una situación caótica de ese tipo. En los
últimos tiempos se han producido cambios de régimen en Afganistán, Irak y
Libia. En todos estos países reina la discordia y la desconfianza,
conflictos tribales, divisiones territoriales que trazan fronteras
étnicas y el terrorismo recíproco, en especial de sunitas contra
chiitas. Pero con esto no se termina el proyecto de cambios de régimen.
Ahora son Siria e Irán los que se encuentran en el punto de mira. Los
neocon estadounidenses no ahorran esfuerzos en torpedear las actuales
negociaciones de paz en Génova. Y Al Qaeda –el principal motivo de la
“guerra contra el terror” estadounidense, según la versión oficial– se
ha hecho ahora más fuerte que nunca. Una fuerza que, a su vez,
representa la mejor fuente de legitimación para el complejo
industrial-militar de EE.UU.
El viejo complejo industrial-militar
De esta manera, en el presente concurren
todos los elementos del “imperialismo del dólar”: petróleo, dólar y
militarismo. El complejo industrial-militar es el principal beneficiario
del “Nuevo Siglo Americano” de las Nuevas Guerras. En especial en
Oriente Medio se está produciendo una carrera de armamentos tanto
nucleares como convencionales que eclipsa cada vez más la de los años 70
con sus tres guerras del Golfo. Mientras se mantenga este peligroso
círculo diabólico de reciclaje de petrodólares en armas, que en
cualquier momento puede desencadenar un conflicto de grandes
proporciones en toda la región, el sector armamentístico estadounidense
puede estar tranquilo: todos los Gobiernos de ese país, con
independencia de su color político, continuarán impúnemente con su
política de endeudamiento público y podrán seguir financiando el
presupuesto militar. Gracias a la creciente demanda de dólares y a la
continua impresión de moneda por el FED (ahora, por cierto, bajo la
dirección de Janet Yellen) el sistema bancario estadounidense dispone de
tal cantidad de fuentes de dinero que la industria armamentística de
EE.UU., políticamente peligrosa, puede financiarse sin el menor
problema.
No obstante, el “imperialismo del dólar”
es una construcción altamente inestable que produce además absurdos
difícilmente imaginables. Por un lado, sostiene en EE.UU. un gigantesco
aparato de violencia, a costa de (y en definitiva financiado por) el
resto de la humanidad. Y, por otro lado, esta construcción se cimenta en
el caos, la violencia y las guerras civiles, en especial en las zonas
ricas en petróleo, que por eso pueden derrumbarse en cualquier momento y
sumir al mundo en graves crisis. En suma, ¿qué puede ser más absurdo
que el hecho de que todos nosotros financiemos con nuestro dinero un
sector industrial para cuya subsistencia es en última instancia preciso
que nunca pueda haber paz en este planeta? También el escándalo de la
NSA, desvelado gracias a Edward Snowden, se presenta bajo una nueva y
muy especial luz desde la perspectiva del imperante “imperialismo del
dólar”. Pues, como es natural, una construcción tan inestable provoca un
inagotable afán de controlar todas las comunicaciones, incluyendo el
espionaje de la cúpula de los Gobiernos, entre ellos también los de los
Estados amigos. Pese a la indignación que se despertó en todo el mundo,
en su discurso del 17 de enero de 2014, Barack Obama subrayó que EE.UU.
continuará recogiendo “información sobre las intenciones de otros
Gobiernos”.
La base de legitimación del inmenso
aparato de seguridad estadounidense es, hoy como ayer, exclusivamente
los intereses nacionales. Cuando se fundó la NSA, en 1952, todavía no se
hablaba de Al Qaeda ni del 11S, pero sí de las ventajas e intereses de
un emergente poder hegemónico. Hoy en día el objetivo de la NSA es
también, sobre todo, identificar rápidamente cualquier movimiento en el
mundo que pudiera poner en peligro el estatus actual de la moneda
estadounidense y neutralizarlo de inmediato. De este modo, actúa en
interés de la influyente alianza del complejo industrial-militar con el
sector financiero estadounidense, cuya existencia depende de tales
informaciones.
Por otra parte, como se ha puesto de
manifiesto, la NSA representa el mayor peligro para la democracia en
EE.UU. y en todo Occidente, de una magnitud que el presidente Dwight
Eisenhower no podía imaginar cuando en su discurso de despedida, el 17
de enero de 1961, alertaba del poder del complejo industrial-militar:
“Esta conjunción entre un inmenso sector militar y una poderosa
industria de armamentos es nueva en la Historia americana. […] En los
consejos de Gobierno, debemos protegernos de la adquisición de
influencia injustificada, buscada o no, por parte del complejo
industrial-militar. El potencial de un desastroso incremento de poder
fuera de lugar existe y persistirá. No debemos dejar que esta influyente
alianza ponga en peligro nuestras libertades y procesos democráticos”.
Más de 50 años después de la advertencia
de Eisenhower, los EE.UU. han dado un gran paso “adelante”. Desde el
final del enfrentamiento de bloques, este poderoso complejo lucha por
seguir existiendo y pone todo su empeño en perpetuar la hegemonía de
EE.UU. Lo cierto es que desde 1989, el mundo no se ha vuelto, como se
anhelaba, más pacífico y seguro, sino –como a comienzos del siglo
pasado– más violento e inseguro. Cada vez es más urgente que la
comunidad internacional se oponga al fin –y quizás a tiempo– a esta
extremadamente peligrosa evolución.
La alternativa: cambio energético global y multiplicidad de monedas de referencia
En la agenda política mundial debe por
fuerza figurar la cuestión de la democratización de la economía mundial
mediante la supresión del monopolio estadounidense de la moneda global.
Este objetivo se puede lograr a largo plazo, y de la manera más eficaz,
mediante un cambio energético global, abandonando las energías fósiles e
impulsando la utilización de las energías renovables a gran escala. A
corto plazo puede y debe establecerse una variedad de monedas de
referencia que haga justicia a las relaciones de fuerza económica
reales.
Una alternativa de este tipo iría también
en favor de los intereses a largo plazo de los estadounidenses, al
contribuir además a que EE.UU. se deshiciera al fin de los sectores
parasitarios e improductivos de su economía, esto es, de la alianza de
los sectores financiero y militar. Por otra parte, el hecho de que
Barack Obama haya tenido que echarse atrás en casi todas sus iniciativas
de reforma muestra que los EE.UU. solos, por sus propias fuerzas,
apenas están en situación de plantar cara a esta poderosísima alianza,
incluyendo las fuerzas políticas que la apoyan.
Europa y Asia se encuentran por tanto ante una obligación: sólo una
variedad de monedas de referencia –impulsada por la UE y China– podría
ayudar a los EE.UU. a abandonar la vía emprendida hasta ahora de buscar
la prosperidad mediante métodos imperialistas, lo que iría en provecho
de su propio inmenso potencial productivo. Imaginemos por un momento que
el dólar no fuera ya la única moneda de referencia y que hubiera
perdido su estabilidad al tener que competir internacionalmente con el
euro y el yuán. Una cantidad considerable del capital excedentario
internacional se retiraría de los EE.UU. y se invertiría en la zona del
euro y del yuán. La anterior política estadounidense de endeudamiento
público y emisión de bonos del Tesoro llegaría a su fin, y el tabú que
impedía tocar los gastos militares, apoyado en el consenso de los
grandes partidos, perdería su vigencia. Entonces a los Gobiernos
estadounidenses no les quedaría otra elección que reducir de forma
drástica el desproporcionadamente elevado presupuesto militar a fin de
acabar con su crónico déficit presupuestario.
¿Qué efectos tendría esta nueva situación
sobre el poder hegemónico estadounidense? En el interior de los EE.UU.
se produciría, al fin, un intenso debate acerca del sentido de los
gastos militares y de sostener su potencial militar en todo el mundo
(incluidas las más de 800 bases), con la perspectiva de desmilitarizar
EE.UU. hasta el punto que se corresponda con su poder económico real. De
este modo, los EE.UU. no sería ya la “única potencia mundial
subsistente”, sino sólo una entre numerosas potencias mundiales. Esto
permitiría la aparición de estructuras y equilibrios de poder global
totalmente novedosos: para el área asiática, pero de igual modo para
Oriente Medio, Sudamérica, África y también Europa se abrirían
verdaderas posibilidades de cooperar regionalmente en estructuras de
seguridad comunes. Al mismo tiempo, los resentimientos y conflictos de
tipo nacionalista y racista perderían fuerza. Y quizás, mediante la
cooperación internacional, el sector financiero se encogería al fin
hasta alcanzar unas proporciones razonables, lo que aumentaría
considerablemente las posibilidades de un reparto más justo de la renta.
En suma, tendríamos por fin ante nosotros
la perspectiva de un mundo más justo, con menos especulación financiera,
un mundo que sería más democrático y pacífico. En tal escenario, los
perdedores serían sin duda el complejo industrial-militar, el sector
financiero y sus beneficiarios, con los neoconservadores a la cabeza.
Por eso hay que contar con su vehemente oposición. No obstante, esta
lucha es inevitable si queremos un mundo más justo y pacífico.
Notas
1.
Prueba del éxito de esta exhortación son las declaraciones del
presidente federal Joachim Gauck en pro de asumir mayores
responsabilidades en el mundo, en sintonía con los miembros del
gabinete Frank-Walter Steinmeier y Ursula von der Leyen. La respuesta
alemana a las demandas estadounidenses se formula aún con más
contundencia en el documento “Nuevo poder, nueva responsabilidad”,
resultado del trabajo conjunto de la Fundación Ciencia y Política y el
Fondo Marschall Alemán de los Estados Unidos (www.swp-berlin.org,
2013).
2. Para más detalles, cfr. Mohssen Massarrat, Rätsel Ölpreis (El enigma del precio del petróleo), en “Blätter”, 10/2008, pp. 83-94.
3. Citado por David Graeber en Schulden (Deudas), Stuttgart, 2012, p. 384 y s.
4.
En 2012, EE.UU. era ciertamente una muy poderosa economía, con un
producto interior de 15,684 billones de dólares, pero la UE, con 12,785
billones de dólares no le iba muy a la zaga.
Por
Mohssen Massarrat م
Traducido por Javier Fernández Retenaga
Traducido por Javier Fernández Retenaga
Fuente: https://www.blaetter.de/archiv/jahrgaenge/2014/mai/chaos-und-hegemonie
Fecha de publicación del artículo original: 10/10/2013
Fecha de publicación del artículo original: 10/10/2013