domingo, 4 de mayo de 2014

GLOGAL ECONOMY: El imperialismo del dólar: Cómo EE.UU. se enriquece a costa del resto del mundo


Traducción de la versión resumida publicada en Blätter für deutsche und internationale Politik, mayo de 2014.

El monopolio de dinero mundial del que de hecho gozan los EE.UU. explica que una economía nacional como la de ese país, que en muchos ámbitos no es competitiva y que muestra unos balances comerciales crónicamente deficitarios, pueda sin embargo no sólo financiar megaproyectos como el del complejo industrial-militar y numerosas guerras muy costosas, sino también mantener un sector financiero relativamente estable y poseer una moneda que atrae hacia sí como un imán capitales excedentarios de todo el mundo.
Con las elecciones al Congreso, el próximo otoño, la “era” de Barack Obama entra en su última fase. Poco antes de asumir el cargo, el nuevo presidente de EE.UU. causó una gran sensación al anunciar el nuevo “siglo del Pacífico”. Sin embargo, a dos años del final de su segundo mandato lo vemos con más claridad. El anuncio de un supuesta reorientación hacia el Pacífico servía al propósito de ejercer presión sobre Europa, y especialmente sobre Alemania, para que subsanaran aparentes vulnerabilidades en materia de seguridad(1). Sin embargo, en realidad no está el Pacífico en el punto de mira de los intereses geoestratégicos de EE.UU., y tampoco –a pesar de la crisis de Crimea– el “viejo mundo (europeo)”, sino el Próximo y Medio Oriente, pues de su destino depende el futuro de la hegemonía estadounidense.

El interés de EE.UU. en esta región es tan viejo como los enormes yacimientos de petróleo allí existentes; aunque no debido a su propio abastecimiento de petróleo, como equivocadamente suele suponerse. EE.UU., gracias a sus inmensos recursos energéticos propios, no depende de las importaciones de petróleo desde comienzos del siglo pasado, y en el presente están a punto de continuar autoabasteciéndose mediante el uso generalizado de la técnica del fracking. Como nueva potencia hegemónica tras la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses se dieron pronto cuenta de que si tenían bajo su control a Oriente Medio y sus enormes reservas petrolíferas, controlando así el carburante de la economía mundial, podían hacer que las potencias mundiales rivales dependieran de ellos. Al comienzo, los EE.UU. establecieron junto con Arabia Saudí, su principal aliado en la región, un régimen global de suministro de petróleo que garantizara la seguridad energética a Occidente, China y todos los BRICS. Dentro de este régimen, Arabia Saudí se encargaría de mantener una sobreproducción constante. Gracias a este sistema impulsado políticamente por los EE.UU., tanto los aliados occidentales como los rivales de EE.UU. disfrutaron de un suministro seguro de petróleo a bajos precios, y esto a pesar de las numerosas turbulencias políticas durante toda la segunda mitad del siglo pasado. Al mismo tiempo, el dólar estadounidense, vinculado a los precios del petróleo, era la moneda de referencia global. 
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Pero el régimen petrolero bajo el dominio de EE.UU. se vino abajo cuando los nuevos gigantes económicos China e India, con su insaciable sed de energía, comenzaron a hacerse cargo por sí mismos de su suministro. Los mercados del petróleo se rigieron en adelante según las leyes de formación de precios de los bienes no renovables; en consecuencia, los precios del petróleo aumentaron drásticamente y, a partir de entonces, siguieron los mecanismos del mercado.(2)
Ironías de la Historia, con la pérdida de la capacidad de regular los precios del petróleo, quedándose así sin uno de sus principales instrumentos políticos, fue precisamente el nuevo régimen de precios fijados por el mercado mundial lo que permitió a los EE.UU. reforzar su hegemonía enormemente. Pues los elevados precios del petróleo multiplicaron la parte porcentual del comercio mundial correspondiente a ese recurso, haciendo así que se disparara la demanda de dólares y de bonos del Tesoro estadounidense. De este modo, en el futuro previsible, el dólar continuará siendo la moneda de referencia.

En esto continúa fundándose el verdadero dominio de los EE.UU.: debido a la ilimitada capacidad del dólar en cuanto moneda de referencia global de crear dinero, EE.UU. es la única economía del mundo que puede permitirse financiar numerosos megaproyectos a la vez –como la nacionalización de los bancos y el gigantesco gasto armamentístico– mediante el endeudamiento del Estado y la emisión de bonos del Tesoro. Ninguna otra economía habría podido superar por sus propios medios la crisis bancaria posterior al crac de 2008 sin sufrir graves consecuencias. Sin embargo, la Corporación Federal de Seguro de Depósitos (FDIC), cuya base financiera está constituida esencialmente por los bonos estatales del departamento del Tesoro, proporcionó a EE.UU. el capital necesario. La FDIC es una institución creada por el Congreso estadounidense específicamente para “promover la estabilidad y la confianza pública en el sistema financiero nacional”. Así, ya en 2009 los EE.UU. nacionalizaron con éxito la totalidad de los bancos en quiebra para volver a privatizarlos una vez se deshicieron de sus deudas, mientras que en la UE la crisis bancaria se ha convertido en una crisis de sobreendeudamiento del Estado.

Pero los datos económicos globales de EE.UU. no son nada positivos. Desde 1987 el balance comercial registra un continuo déficit, con una suma acumulada durante estos 26 años que asciende a 9,627 billones de dólares. La principal causa de ello es que sectores de la economía estadounidense han dejado hace tiempo de ser competitivos frente sus principales competidores (la UE, China y Japón). A esto se añade el creciente déficit presupuestario, resultado de un gasto armamentístico que ha ido creciendo drásticamente. Los diversos Gobiernos estadounidenses, desde hace decenios, han venido “resolviendo” ambos problemas –su déficit por cuenta corriente y el en consecuencia siempre creciente déficit presupuestario– mediante la emisión de bonos del Tesoro y la correspondiente creación de moneda.

Desde el punto de vista técnico, estos dos objetivos se consiguen de la siguiente manera: Para realizar los gastos públicos corrientes, el departamento del Tesoro cambia en el FED sus bonos del Estado por dólares recién imprimidos (sólo en 2013 se pusieron así en circulación 1,1 billones de dólares). El FED, por su parte, comercializa esos bonos del tesoro en el mercado mundial y provee así a la economía estadounidense de nuevo capital de forma constante, encargándose así de compensar el déficit por cuenta corriente. El precio a pagar por esta política de creación de dinero es la gigantesca deuda del Estado estadounidense, que entre 2003 y 2013 escaló desde los 6,731 billones de dólares hasta los 17,556 billones. Con ello, en ese mismo espacio de tiempo la proporción del gasto público con relación al PIB aumentó del 60% al 108% (para comparar, la UE pasó del 60% a “sólo” el 87%).
No es de extrañar que una economía que adolece de tales déficits por cuenta corriente y presupuestario se haya transformado en una economía superconsumidora, con el endeudamiento del Estado más grande de todos los tiempos. Este sobreconsumo ascendió sólo entre 2001 y 2013 a 11,550 billones de dólares. Dicho con claridad, esto significa que anualmente fluyeron desde todo el mundo hacia EE.UU capitales correspondientes a rendimientos económicos reales que, por término medio, ascendieron a 962,5 miles de millones de dólares, mientras que ese país se limitó a imprimir más dinero y a ponerlo en circulación.

Para que lo veamos aún más claro, en 2012, la masa de capital de 1,250 billones de dólares que fluyó hacia los EE.UU. correspondía al 7,9% de su PIB. Esta masa de capital adicional inyectada en la economía explica la drástica caída de la tasa de ahorro de EE.UU. en ese periodo. Los estadounidenses consumieron casi la totalidad de las mercancias y servicios que produjeron, mientras que el resto del mundo se hizo cargo de las inversiones necesarias para mantener la economía de ese país en funcionamiento.

En realidad, los EE.UU. se parecen cada vez más a los Estados rentistas árabes, con la diferencia de que en vez de petróleo utilizan el dólar, la moneda de referencia internacional, como palanca para hacerse con un poder adquisitivo global. Mientras que Arabia Saudí al menos exporta petróleo a cambio de los productos de otros países, los EE.UU. únicamente inyectan papel en el circuito monetario global. 
El dólar como palanca

La razón de esto es que la mayor parte de las operaciones comerciales mundiales se siguen realizando en dólares. De ahí que la demanda mundial de dólares sea enorme y que crezca en la medida en que crece el comercio mundial. Por eso pueden también los EE.UU., con la ayuda del FED, poner continuamente dólares en circulación y financiar de este modo sus déficits por cuenta corriente y presupuestario (y, en último término, también su endeudamiento en constante ascenso).

Es por esto que al Premio Nobel de Economía Roger B. Myerson no le preocupan las deudas de EE.UU., pues según él: “Las deudas estadounidenses están en dólares y EE.UU. puede imprimir dólares. [...] Quizá tengamos inflación, pero es seguro que podremos pagar las deudas”. Sin embargo, al contrario de lo que afirma Myerson, el economista estadounidense Michael Hudson sabía ya en los años 70 que en realidad EE.UU. nunca pagará sus deudas: “Puesto que estos préstamos del ministerio de Finanzas están insertos en la base monetaria de la economía mundial, no hay necesidad de devolverlos, sino que se renuevan de forma ilimitada. En esta refinanciación sin fin se basa la travesía financiera a gastos pagados de los EE.UU, una carga que se le impone al mundo entero”.(3)
De hecho, los EE.UU pueden engullir sin más el poder adquisitivo excedentario creado en todo el mundo. No obstante, todo esto funciona mientras el comercio del petróleo se realice en dólares y otras potenciales monedas de referencia –como el euro o el yuán chino– no pongan en peligro el estatus del dólar. Pues tras el derrumbe del sistema de Bretton-Woods, en 1973, casi inadvertidamente el respaldo del oro fue sustituido por el respaldo del petróleo vinculado al dólar: la demanda de petróleo creció cada vez más en todos los países, a excepción de los exportadores, y es un bien homogéneo y escaso con un precio en alza. Así, el porcentaje del comercio del petróleo con respecto al comercio mundial en conjunto ha ido ascendiendo continuamente, desde el 1,7% en 1970, al 6% en 2001, lo cual ha provocado un drástico aumento de la demanda de dólares. Además, la vinculación del petróleo al dólar liberó a EE.UU. de todas las ataduras del Acuerdo de Bretton-Woods, de modo que el país pudo en adelante acumular deudas estatales de forma aún más desenfrenada que hasta entonces.

Empleo de medios militares
Pero para asegurar que en los próximos decenios el comercio global del petróleo siga efectuándose en dólares es preciso un Oriente Medio en lo posible totalmente controlado por EE.UU; por ejemplo, mediante el cambio de régimen en todo país en el que esto parezca necesario para sofocar cualquier intento de crear posibles alianzas antidólar. El neoconservador Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC) apuntó desde su comienzo en esta dirección con su propósito de crear un Gran Oriente Medio subordinado lo más posible a los EE.UU. En los documentos del PNAC no se habla en ningún momento de crear condiciones para la paz, sino de la guerra, del establecimiento de bases militares por todo el mundo, de la supremacía militar en tierra, mar y aire, de escudos nucleares de defensa en la atmósfera y, sobre todo, de nuevos incrementos del gasto militar.

En la última década, con un presupuesto de Defensa anual entre los 500 y los 800 miles de millones de dólares, EE.UU. se ha gastado en armamento tanto como todo el resto del mundo. Con un gasto improductivo de tal envergadura, cualquier otra economía nacional habría quebrado hacía tiempo. De hecho, la carrera armamentística de la Guerra Fría condujo a la caída de la Unión Soviética. EE.UU., por el contrario, tras el fin del enfrentamiento de bloques incrementó exponencialmente sus gastos militares, de los 150 mil millones de dólares en 1990 a la astronómica suma de 739 mil millones en 2011. La proporción del gasto militar de EE.UU. con relación a su PIB asciende actualmente al 4%, más del doble que en otros países industrializados, a pesar de la actual intención, por vez primera, de recortar el gasto militar. La oposición, que censura enérgicamente el aumento de gasto en cualquier otra partida presupuestaria, se abstiene de toda crítica cuando se trata de los gastos militares, a menos que el aumento del gasto le parezca demasiado corto. Y tampoco en los medios ni en la sociedad provocan debates de importancia las inmensas cifras del gasto militar. ¿Pero cómo se explican estos enormes gastos armamentísticos y cómo se justifican ante la población? En último término porque EE.UU. cubre también sus gastos militares mediante el endeudamiento público y la impresión de moneda, pues la financiación de los costes de la guerra mediante impuestos directos haría que la población se movilizara contra cualquier conflicto bélico. Así, no sólo los Gobiernos europeos financiaron las dos Guerras Mundiales mediante el endeudamiento público, sino también todos los Gobiernos estadounidenses. La continuidad de guerras, sobre todo desde la Primera Guerra Mundial, ha provocado un aumento ininterrumpido del endeudamiento de los EE.UU.

El monopolio de dinero mundial del que de hecho gozan los EE.UU. explica que una economía nacional como la de ese país, que en muchos ámbitos no es competitiva y que muestra unos balances comerciales crónicamente deficitarios, pueda sin embargo no sólo financiar megaproyectos como el del complejo industrial-militar y numerosas guerras muy costosas, sino también mantener un sector financiero relativamente estable y poseer una moneda que atrae hacia sí como un imán capitales excedentarios de todo el mundo. 
Un mundo sumido en el caos como oportunidad, para EE.UU.

Para conservar su hegemonía, EE.UU. debe evitar como sea la aparición en escena de nuevas potencias competidoras e impedir de manera preventiva presentes o futuras amenazas que pudieran originarse en los países productores de petróleo. La situación ideal para conseguir sus objetivos al menor coste sería la disgregación de los centros de poder opositores por medio de conflictos étnicos y religiosos, guerras civiles, el caos y la desconfianza en Oriente Medio, siempre según el lema de probada eficacia “divide y vencerás”. De este modo, durante muchos años ninguna potencia estaría en condiciones ni siquiera de plantearse realizar el comercio del petróleo en una moneda distinta del dólar. A esto se añade que, puesto que todos los que participan en ese comercio necesitan petrodólares para proveerse de armas, los pozos petrolíferos siguen borboteando alegremente, como se puede observar actualmente en Irak, un país azotado a diario por atentados terroristas y sumido en el caos.

De hecho, en el presente vivimos fuertes cambios en dirección hacia una situación caótica de ese tipo. En los últimos tiempos se han producido cambios de régimen en Afganistán, Irak y Libia. En todos estos países reina la discordia y la desconfianza, conflictos tribales, divisiones territoriales que trazan fronteras étnicas y el terrorismo recíproco, en especial de sunitas contra chiitas. Pero con esto no se termina el proyecto de cambios de régimen. Ahora son Siria e Irán los que se encuentran en el punto de mira. Los neocon estadounidenses no ahorran esfuerzos en torpedear las actuales negociaciones de paz en Génova. Y Al Qaeda –el principal motivo de la “guerra contra el terror” estadounidense, según la versión oficial– se ha hecho ahora más fuerte que nunca. Una fuerza que, a su vez, representa la mejor fuente de legitimación para el complejo industrial-militar de EE.UU.

El viejo complejo industrial-militar
De esta manera, en el presente concurren todos los elementos del “imperialismo del dólar”: petróleo, dólar y militarismo. El complejo industrial-militar es el principal beneficiario del “Nuevo Siglo Americano” de las Nuevas Guerras. En especial en Oriente Medio se está produciendo una carrera de armamentos tanto nucleares como convencionales que eclipsa cada vez más la de los años 70 con sus tres guerras del Golfo. Mientras se mantenga este peligroso círculo diabólico de reciclaje de petrodólares en armas, que en cualquier momento puede desencadenar un conflicto de grandes proporciones en toda la región, el sector armamentístico estadounidense puede estar tranquilo: todos los Gobiernos de ese país, con independencia de su color político, continuarán impúnemente con su política de endeudamiento público y podrán seguir financiando el presupuesto militar. Gracias a la creciente demanda de dólares y a la continua impresión de moneda por el FED (ahora, por cierto, bajo la dirección de Janet Yellen) el sistema bancario estadounidense dispone de tal cantidad de fuentes de dinero que la industria armamentística de EE.UU., políticamente peligrosa, puede financiarse sin el menor problema.

No obstante, el “imperialismo del dólar” es una construcción altamente inestable que produce además absurdos difícilmente imaginables. Por un lado, sostiene en EE.UU. un gigantesco aparato de violencia, a costa de (y en definitiva financiado por) el resto de la humanidad. Y, por otro lado, esta construcción se cimenta en el caos, la violencia y las guerras civiles, en especial en las zonas ricas en petróleo, que por eso pueden derrumbarse en cualquier momento y sumir al mundo en graves crisis. En suma, ¿qué puede ser más absurdo que el hecho de que todos nosotros financiemos con nuestro dinero un sector industrial para cuya subsistencia es en última instancia preciso que nunca pueda haber paz en este planeta? También el escándalo de la NSA, desvelado gracias a Edward Snowden, se presenta bajo una nueva y muy especial luz desde la perspectiva del imperante “imperialismo del dólar”. Pues, como es natural, una construcción tan inestable provoca un inagotable afán de controlar todas las comunicaciones, incluyendo el espionaje de la cúpula de los Gobiernos, entre ellos también los de los Estados amigos. Pese a la indignación que se despertó en todo el mundo, en su discurso del 17 de enero de 2014, Barack Obama subrayó que EE.UU. continuará recogiendo “información sobre las intenciones de otros Gobiernos”.

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La base de legitimación del inmenso aparato de seguridad estadounidense es, hoy como ayer, exclusivamente los intereses nacionales. Cuando se fundó la NSA, en 1952, todavía no se hablaba de Al Qaeda ni del 11S, pero sí de las ventajas e intereses de un emergente poder hegemónico. Hoy en día el objetivo de la NSA es también, sobre todo, identificar rápidamente cualquier movimiento en el mundo que pudiera poner en peligro el estatus actual de la moneda estadounidense y neutralizarlo de inmediato. De este modo, actúa en interés de la influyente alianza del complejo industrial-militar con el sector financiero estadounidense, cuya existencia depende de tales informaciones.

Por otra parte, como se ha puesto de manifiesto, la NSA representa el mayor peligro para la democracia en EE.UU. y en todo Occidente, de una magnitud que el presidente Dwight Eisenhower no podía imaginar cuando en su discurso de despedida, el 17 de enero de 1961, alertaba del poder del complejo industrial-militar: “Esta conjunción entre un inmenso sector militar y una poderosa industria de armamentos es nueva en la Historia americana. […] En los consejos de Gobierno, debemos protegernos de la adquisición de influencia injustificada, buscada o no, por parte del complejo industrial-militar. El potencial de un desastroso incremento de poder fuera de lugar existe y persistirá. No debemos dejar que esta influyente alianza ponga en peligro nuestras libertades y procesos democráticos”.

Más de 50 años después de la advertencia de Eisenhower, los EE.UU. han dado un gran paso “adelante”. Desde el final del enfrentamiento de bloques, este poderoso complejo lucha por seguir existiendo y pone todo su empeño en perpetuar la hegemonía de EE.UU. Lo cierto es que desde 1989, el mundo no se ha vuelto, como se anhelaba, más pacífico y seguro, sino –como a comienzos del siglo pasado– más violento e inseguro. Cada vez es más urgente que la comunidad internacional se oponga al fin –y quizás a tiempo– a esta extremadamente peligrosa evolución. 
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 La alternativa: cambio energético global y multiplicidad de monedas de referencia

En la agenda política mundial debe por fuerza figurar la cuestión de la democratización de la economía mundial mediante la supresión del monopolio estadounidense de la moneda global. Este objetivo se puede lograr a largo plazo, y de la manera más eficaz, mediante un cambio energético global, abandonando las energías fósiles e impulsando la utilización de las energías renovables a gran escala. A corto plazo puede y debe establecerse una variedad de monedas de referencia que haga justicia a las relaciones de fuerza económica reales.
Una alternativa de este tipo iría también en favor de los intereses a largo plazo de los estadounidenses, al contribuir además a que EE.UU. se deshiciera al fin de los sectores parasitarios e improductivos de su economía, esto es, de la alianza de los sectores financiero y militar. Por otra parte, el hecho de que Barack Obama haya tenido que echarse atrás en casi todas sus iniciativas de reforma muestra que los EE.UU. solos, por sus propias fuerzas, apenas están en situación de plantar cara a esta poderosísima alianza, incluyendo las fuerzas políticas que la apoyan. 
Europa y Asia se encuentran por tanto ante una obligación: sólo una variedad de monedas de referencia –impulsada por la UE y China– podría ayudar a los EE.UU. a abandonar la vía emprendida hasta ahora de buscar la prosperidad mediante métodos imperialistas, lo que iría en provecho de su propio inmenso potencial productivo. Imaginemos por un momento que el dólar no fuera ya la única moneda de referencia y que hubiera perdido su estabilidad al tener que competir internacionalmente con el euro y el yuán. Una cantidad considerable del capital excedentario internacional se retiraría de los EE.UU. y se invertiría en la zona del euro y del yuán. La anterior política estadounidense de endeudamiento público y emisión de bonos del Tesoro llegaría a su fin, y el tabú que impedía tocar los gastos militares, apoyado en el consenso de los grandes partidos, perdería su vigencia. Entonces a los Gobiernos estadounidenses no les quedaría otra elección que reducir de forma drástica el desproporcionadamente elevado presupuesto militar a fin de acabar con su crónico déficit presupuestario.

¿Qué efectos tendría esta nueva situación sobre el poder hegemónico estadounidense? En el interior de los EE.UU. se produciría, al fin, un intenso debate acerca del sentido de los gastos militares y de sostener su potencial militar en todo el mundo (incluidas las más de 800 bases), con la perspectiva de desmilitarizar EE.UU. hasta el punto que se corresponda con su poder económico real. De este modo, los EE.UU. no sería ya la “única potencia mundial subsistente”, sino sólo una entre numerosas potencias mundiales. Esto permitiría la aparición de estructuras y equilibrios de poder global totalmente novedosos: para el área asiática, pero de igual modo para Oriente Medio, Sudamérica, África y también Europa se abrirían verdaderas posibilidades de cooperar regionalmente en estructuras de seguridad comunes. Al mismo tiempo, los resentimientos y conflictos de tipo nacionalista y racista perderían fuerza. Y quizás, mediante la cooperación internacional, el sector financiero se encogería al fin hasta alcanzar unas proporciones razonables, lo que aumentaría considerablemente las posibilidades de un reparto más justo de la renta.
En suma, tendríamos por fin ante nosotros la perspectiva de un mundo más justo, con menos especulación financiera, un mundo que sería más democrático y pacífico. En tal escenario, los perdedores serían sin duda el complejo industrial-militar, el sector financiero y sus beneficiarios, con los neoconservadores a la cabeza. Por eso hay que contar con su vehemente oposición. No obstante, esta lucha es inevitable si queremos un mundo más justo y pacífico.

Notas
1. Prueba del éxito de esta exhortación son las declaraciones del presidente federal Joachim Gauck en pro de asumir mayores responsabilidades en el mundo, en sintonía con los miembros del gabinete Frank-Walter Steinmeier y Ursula von der Leyen. La respuesta alemana a las demandas estadounidenses se formula aún con más contundencia en el documento “Nuevo poder, nueva responsabilidad”, resultado del trabajo conjunto de la Fundación Ciencia y Política y el Fondo Marschall Alemán de los Estados Unidos (www.swp-berlin.org, 2013).
2. Para más detalles, cfr. Mohssen Massarrat, Rätsel Ölpreis (El enigma del precio del petróleo), en “Blätter”, 10/2008, pp. 83-94.
3. Citado por David Graeber en Schulden (Deudas), Stuttgart, 2012, p. 384 y s.
4. En 2012, EE.UU. era ciertamente una muy poderosa economía, con un producto interior de 15,684 billones de dólares, pero la UE, con 12,785 billones de dólares no le iba muy a la zaga.

Por  Mohssen Massarrat م

Traducido por  Javier Fernández Retenaga

Fuente: https://www.blaetter.de/archiv/jahrgaenge/2014/mai/chaos-und-hegemonie
Fecha de publicación del artículo original: 10/10/2013

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