En Estados Unidos, el país en el que impera un régimen político original, del que son el mayor y mejor exponente, la cleptocracia, se está desarrollando una perfomance singular que ha unido, en sus conclusiones y comentarios, a personas tan aparentemente dispares como Matt Tabbibi, escritor americano y, SIN EMBARGO, inteligente, despiadado y mordaz crítico , marcado como enemigopúblicoperiodístico número uno y, por otro lado, Fidel Castro, voz, alma e idea de una revolución de efectos inmensos que mantiene erguida su cabeza y su razón, a pesar de los ataques del terrorismo ideológico y mediático y el embargo eterno con el que el mundo estigmatiza a su isla, la nuestra, a Cuba.
El hecho que une a estos dos ideólogos, conocedores de los entresijos y maniobras de la cleptocracia de los Estados Unidos es el espectáculo de las primarias y la carrera despiadada para conseguir la presidencia de la Casa Blanca (no podía ser de otro color, por casualidad, coincidente con la vesta del Ku Klux Klan).
Para Tabbibi, una de las diferencias que existen entre los Estados Unidos y el resto del planeta es que en Norteamérica, los líderes políticos organizan y desarrollan un verdadero espectáculo para sus votantes (tómese la palabra espectáculo como el término más lejano del arte). Los Estados Unidos no podían resignarse a desfiles cada cierto tiempo, bandera izada, marchas militares, alguna fiesta nacional o una conmemoración, no. El país donde la cleptocracia está oficialmente admitida, cree que, también para eso, los americanos deben tener más, lo máximo.
Cada cuatro años organizan un proceso de entretenimiento y varietés, coreografía de unos y otros, candidatos que han lloriqueado, chantajeado, pedido o prometido favores para conseguir las ingentes cantidades de dólares que sufragan el espectáculo glorioso. Un show fantástico que se alarga, como una tradición sin la que no sabrían vivir los fervientes siervos de la secta de la cleptocracia, durante dieciocho meses. Como dice Tabbib, “la función permite que todos subsuman sueños y esperanzas de futuro en un único envite, una batalla de órdago por la Casa Blanca, ese símbolo alabastrado del poder que aparece, como un anuncio eterno, por la televisión y los medios. Quién gana y quién pierde es algo de máxima importancia para una enorme cantidad de gente de ese país”. El escritor también comenta que tras esta aparente importancia o transcendencia, se oculta lo que se esconde en todo lo relacionado con el país de las barras y estrellas: la hipocresía y la mentira.
En realidad, nada de las elecciones les importa, ya que la elección del presidente es un espectáculo que los estadounidenses han aprendido a consumir como un divertimento, un realitycompletamente separado de cualquier cosa que se aproxime a una expectativa de vida y cambio para la sociedad que asiste como público al evento. Lo resume el escritor: “Para la gran mayoría de gente que sigue las elecciones en Estados Unidos, la compensación que buscan al hacer campaña para este o aquel candidato es ese cálido y borroso sentimiento que te asalta cuando tu equipo ha ganado una final. O, aún mejor, cuando pierde el rival que odias. Su interés en el juego electoral no es un interés ciudadano. Es el interés de un hincha”
Coincidente en su visión crítica, aunque con otro lenguaje, no menos sagaz ni irónico, Fidel Castro ha premiado con el galardón al proceso político donde impera la máxima idiotez y, lo que es peor, la ignorancia, a la carrera republicana. Castro ha contestado con comentarios acertados a las medidas que pretenden llevar a cabo los partidarios republicanos más radicales, expuestas en las actas del reciente congreso-debate republicano realizado en la Florida. Especialmente duros fueron los acuerdos, o pre-acuerdos, como les gusta llamarlos, en relación a la isla de Cuba. Cada cuatro años, cobran importancia los miembros de la comunidad cubano-americana, a los que se tiende una dulce trampa para lograr un número considerable de votantes. Fuera de esa ocasión, ¿por qué Cuba no es un tema importante si no lo es para intentar acabar con ella?
Castro, escribió en sus comentarios que “La selección de un candidato republicano a la presidencia de este imperio globalizado y expansivo es – y lo digo en serio – la mayor competencia de la idiotez y la ignorancia”. A Castro, entre los pocos argumentos que aún les queda por mediomantener a los americanos que pretenden tumbar a lo imbatible, volvieron a recriminarle e inculparle de la muerte de W. Mendoza Villar, preso que ha sido utilizado, en estos días, por el candidato republicano, Mitt Romney como arma propagandística, UNA VEZ MÁS, contra el líder cubano y los cubanos, diciendo, con gestos afectadísimos y teatrales, que Villar había muerto en ”lucha por la democracia” y que su muerte justifica más todavía la actitud extremadamente dura contra Cuba, actitud a la que, desde los Estados Unidos, arengan, día tras día, sin descanso (ni argumentos racionales, por supuesto) como consta a los habitantes de una isla que sufre un embargo comercial tremendo y extensísimo en el tiempo, ya 50 años. Nada dijeron los payasos republicanos sobrelos cinco presos cubanos y su cruel aprisionamiento, sobre el chantaje al que están intentando someterlos desde hace ya más de 12 años, 12.
Su rival, en el mismo congreso, de Newt Gingrich dijo que iba a autorizar el aumento de las operaciones encubiertas para derrocar al gobierno cubano. Y en otro momento del debate, Romney y Gingrich discutieron, según consta en las actas del congreso-debate, de algo aún más transcendental, y no lo transcribo desde la ironía, sino desde el mayor de los asombros: sobre si el alma de Castro iría al cielo o al infierno.
Castro no se refirió a esos comentarios tan “celestiales” comen en su artículo de opinión, dijo que estaba demasiado ocupado con otras cosas para perder tiempo en analizar la competencia republicana que es, esto lo añade quien escribe, la mayor incompetencia.
Es el mundo al revés. Dos incompetentes, sujetando el mástil de la cleptocracia, zarandeándose y luchando por lograr el testigo con el que “continuar la carrera de la incompetencia, el imperialismo y la dictadura del poder” que representa la Casa Blanca, atreviéndose, por alguna razón de peso será importante una “small island”, una isla pequeña, a amenazar a Cuba y pretendiendo taparle la boca a alguien que representa el espíritu del pensamiento, la razón, la lógica, la lucha, la voluntad de no doblegarse a la fuerza imperialista para ser humillado por sus arcas y oropeles, un Castro valiente que cita con frecuencia al poeta mejicano-cubano Fayad Jamis y nos recuerda, en tiempos en que la voluntad y la lucha parecen dos cadáveres que habitan la memoria, que “habrá que darlo todo si fuese necesario, hasta la sombra, y nunca será suficiente”.
El mundo al revés: dos actores de segunda, protagonistas de un espectáculo hipócrita, tratando de lograr que agache la cabeza, y sus ideas, un Castro que ya hace mucho tiempo (cuando supo que Bush, como otros había orquestado una operación para acabar con su vida) afirmó una de las frases más ciertas, que debería ser el norte de nuestra brújula social, especialmente en la actualidad: “Las ideas no se matan”.