En mi primera
infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de
darme vueltas. Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien
-me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas.” (F. Scott Fitzgerald, El Gran Gatsby)
La civilización es un orden antinatural y perverso, para cuya
supervivencia ha precisado, desde su nacimiento, de la represión de los
instintos de vida (propios de todo ser vivo) de los seres humanos que
han venido formando parte de ella a lo largo de los siglos (1),
utilizando para ello diferentes instituciones de las que se ha ido
dotando: familia, escuela, iglesia, ejército, policía, medicina, medios
de comunicación, etc…
La ecuación es simple, sin la represión de la mayoría, el desarrollo
productivo sobre el que se cimenta toda civilización (especialmente la
capitalista) no podría llevarse a cabo.
Esta represión que se ejerce sobre los individuos, prácticamente desde
su nacimiento, provoca diversos desequilibrios psíquicos en los mismos
de mayor o menor gravedad, según el grado de represión al que hayan
estado sometidos. Estos desequilibrios pueden ir desde la depresión,
ansiedad o estrés, a la neurosis o psicopatías de diverso grado.
Precisamente, son algunos de los individuos que han desarrollado este
último tipo de trastorno los encargados de perpetuar el sistema
civilizatorio.
Las personas que desarrollan la psicopatía (en sus diferentes niveles),
son personas que desde su infancia han sufrido un alto grado de represión;
una represión que ha ido, poco a poco, anulando sus instintos de vida y
forjando un carácter sádico, lo que Freud llamaba erróneamente (o
interesadamente) instintos de muerte (2). Un sadismo que, de un modo
inconsciente, tiende a la destrucción de aquellos caracteres vitalistas
(aquéllos que se han visto menos influidos por la represión
civilizatoria o han logrado escapar de ella) que no están dispuestos a
someterse a la represión propia del sistema civilizatorio, siendo
considerados por tal motivo como una amenaza a la estabilidad de dicho
sistema.
Es decir, las personalidades sádicas han interiorizado de tal modo la
represión sufrida desde su infancia, que consideran como natural, y,
sobre todo, como necesaria, la represión de los instintos de vida de los
seres humanos, por lo que todo aquel que no se someta voluntariamente a
la represión constituye una amenaza potencial para la estabilidad y
continuidad del orden represivo establecido, al que hay que combatir,
para mantener este insano orden que ellos consideran como natural y
necesario.
El psicópata (o sádico) prefiere morir en vida (y que sus semejantes
también lo hagan), para que la civilización represiva sobreviva; una
civilización que seguirá generando, eternamente, multitud de muertos
vivientes.
El carácter psicópata es prácticamente incorregible, pues es incapaz de
identificar su comportamiento como insano; igualmente, son incorregibles
las circunstancias que construyen este tipo de carácter (la propia
cultura). Se podría decir que, desde hace siglos, la humanidad entró en
un círculo vicioso (la civilización) del que parece que ya no tiene (al
menos de momento) escapatoria posible: La civilización crea millones de
individuos psicóticos, que perpetuarán, gracias a su psicopatía e
instintos sádicos, el orden civilizatorio represivo. Estos individuos no
sólo ocupan los altos puestos del poder, sino que se encuentran en
todas las esferas de la civilización: un padre de familia, un profesor
de instituto o un simple compañero de trabajo; un hecho que hace posible
la extensión de la represión a todos los niveles de la civilización.
Este orden también sobrevive gracias a la colaboración de lo que
podríamos denominar como personalidades neuróticas (3). Su número es,
sin lugar a dudas, el más elevado. Son aquellos individuos que,
profundamente atemorizados por la represión sufrida, han desarrollado un
carácter masoquista (4) y son incapaces de vivir sin amos
(personalidades de carácter psicótico), a los cuales defenderán con el
fin de proteger el orden impuesto por éstos, que les proporciona una
cierta ilusión de seguridad. Estas personas tienen la capacidad de
cambiar de amos, cuando son manipulados por otros individuos de carácter
psicopático que quieren ocupar puestos de poder ocupados por
personalidades con su mismo carácter, pero nunca de destruir el orden
civilizatorio vigente.
Por último, el número de individuos que han desarrollado unos instintos
de vida sanos (aquellos que han sido menos influidos por la represión o
han podido liberarse de ella) son la minoría y, como comenta Gustave Le
Bon, en su “Psicología de las masas”, incapaces de hacer frente al orden
civilizatorio. Estos individuos pueden también verse afectadas por
trastornos como la ansiedad o la depresión o, incluso, llegar a
convertirse en otro neurótico o psicótico, si no son capaces de
reaccionar a tiempo y de forma adecuada.
No suele existir un individuo con un carácter sádico o masoquista
completamente puro, sino que ambos caracteres suelen estar mezclados en
un mismo individuo, con un mayor o menor predominio de uno u otro rasgo.
Los individuos en los que predomina el carácter sádico (psicóticos) o en
los que predomina el masoquista (neuróticos), cuyos instintos de vida
han quedado completamente (o casi completamente) anulados por la
represión sufrida, seguirán surgiendo y reproducirán la civilización que
les volverá a engendrar, y así sucesivamente. Igualmente seguirán
surgiendo individuos que han sido menos influidos por la represión
sufrida, o han logrado superarla, los cuales, si no son conscientes del
hecho anteriormente descrito, y se empeñan en cambiar al resto de la
humanidad a su imagen y semejanza, corren el riesgo de acabar
adquiriendo también un carácter sádico-masoquista o, como mínimo,
desarrollar algún otro tipo de trastorno psíquico como la depresión o la
ansiedad.
Tanto los individuos psicóticos, que desarrollan un carácter sádico,
como los neuróticos, que desarrollan un carácter masoquista, padecen un
desequilibrio que podría considerarse como irreversible en la inmensa
mayoría de los casos, al haber anulado por completo sus instintos de
vida y haber desarrollado en su plenitud las pulsiones de muerte
inducidas por la represión civilizatoria. Ante esto, el individuo sano o
que aspira a ser sano (pues ningún miembro de la civilización, por el
mero hecho de formar parte de ella, está sano del todo) puede optar por
dos opciones: o empeñarse en tratar de “salvar a la humanidad”
autoinmolándose (algo que además de ser una utopía, suele ser la opción
propuesta por las personalidades sádicas que ocupan puestos de poder,
con el fin de anular también a las personalidades vitales) o evitar el
martirio y aprender a disfrutar de sus capacidades vitales plenamente.
¿Cómo llevar a cabo este proyecto con un cierto nivel de éxito, teniendo
en cuenta el fuerte condicionamiento interno al que nos ha conducido la
civilización? ¿Cómo hacerlo sin sufrir el hostigamiento de los sádicos y
masoquistas que considerarán un ataque personal cualquier conducta que
trate de eludir la represión civilizatoria? o ¿Cómo evitar caer en el
aislamiento por evitar dicho hostigamiento? Son, sin duda, algunas de
las preguntas claves, cuya respuesta han tratado de dar tantas personas a
lo largo de la historia (5).
Yo aquí os propongo el Manifiesto Antitanático,
el cual os recomiendo poner totalmente en duda y, sobre todo, no seguir
al pie de la letra nada de lo dicho en él, pues se trata de una
propuesta totalmente personal, cuya utilidad puede ser únicamente para
quien lo ha escrito, por lo que, más bien, os animaría a que escribierais vuestros propios manifiestos vitales-antitanáticos.
(1) Este instinto de vida es un instinto inherente a todo ser vivo, cuyo
objetivo es la búsqueda de su máximo desarrollo; por ello, más que un
instinto de placer, debería ser interpretado como un instinto creador o
de libertad. Freud, como buen representante de las élites dirigentes,
justificó su necesaria represión para el mantenimiento del orden
civilizatorio que mantenía a éstas en el poder.
(2) Estos instintos de muerte o destrucción no son más que una
consecuencia de la represión ejercida sobre el individuo por la
civilización para asegurar su perpetuación, y no algo innato como
defendía Freud o el propio Hobbes, con el fin de justificar la
perversidad del orden civilizatorio; por lo tanto, se trataría de un
fenómeno artificial e inducido, al contrario que los instintos de vida,
que acompañan al ser humano desde su nacimiento.
(3) En el artículo anterior trato de explicar más concretamente cómo se origina este tipo de carácter.
(3) En el artículo anterior trato de explicar más concretamente cómo se origina este tipo de carácter.
(4) Erich Fromm, en su obra “El miedo a la libertad”, analiza
magistralmente los caracteres sádicos y masoquistas, aunque, desde mi
punto de vista, comete el error de pensar (igual que Marcuse o Reich)
que puede llegar a existir una civilización sana, es decir sin la
existencia de dichos caracteres.
(5) La siguiente escena de la película "Matrix" es una magnífica alegoría de la situación en la que se encuentran los espíritus vitalistas en una civilización insana, formada en su mayoría por caracteres psicóticos y neuróticos difícílmente (pero no imposiblemente) corregibles, y de cómo éstos reaccionan ante las ansias vitales de aquéllos http://www.youtube.com/watch?v=1EmS40UuJM0
(5) La siguiente escena de la película "Matrix" es una magnífica alegoría de la situación en la que se encuentran los espíritus vitalistas en una civilización insana, formada en su mayoría por caracteres psicóticos y neuróticos difícílmente (pero no imposiblemente) corregibles, y de cómo éstos reaccionan ante las ansias vitales de aquéllos http://www.youtube.com/watch?v=1EmS40UuJM0
Fuente: http://elpoderdeeros.blogspot.com.es/