Robert E. Prasch · · · · · |
16/02/14 |
Cualquiera que siga las noticias de vez en cuando,
si no más regularmente, se preguntará por los criterios que se siguen a la hora
de dar “notoriedad informativa” a ciertas personas o a ciertos asuntos, y no a
otros. Un indicador fiable de la notoriedad informativa es que el suceso venga
de Washington. Otro, que se trate de un acontecimiento insólito o
contraintuitivo (“un hombre muerde a un perro”). Y aun otro, la perspectiva de
grandes pérdidas. Esto último, empero, hace que la relativa indiferencia
mediática hacia la crisis de deuda en Puerto Rico resulte una anomalía
interesante.
Para hacerse una idea de lo enigmático de esta
indiferencia, basta recordar la amplia cobertura mediática que precedió a la
bancarrota del capítulo 9 de Detroit el pasado mes de julio. Cuando se dio,
Detroit era una ciudad de 700.000 habitantes, lejos de los 887.000 que todavía
tenía en 2005, y mucho más lejos aún del millón doscientos mil habitantes que
tenía en 1980. Los grandes medios de comunicación comenzaron a cubrir la
historia meses antes de la declaración formal de bancarrota de la ciudad. Un
lugar común de todos esos reportajes era que la caída de Detroit era la mayor
quiebra por deuda municipal de la historia de los EEUU, estimada en 18 mil
millones de dólares. (Las del Condado de Jefferson, en Alabama, y del Condado de Orange, en
California montaban solo, respectivamente, 4,2 mil millones y 1,6 mil
millones.) Tuvimos ocasión de ver muchos reportajes sobre la caía de lo que
otrora había sido una gran ciudad y sobre el juego político que envuelve a las
crisis de pago, así como investigaciones periodísticas bastante profundas sobre
las cuitas de los jubilados, de los residentes, de los propietarios
inmobiliarios y de otros muchos afectados por las quiebras municipales.
Ello es que Puerto Rico tiene una población mucho más grandes, en torno
a los 3,7 millones de habitantes. Como en el caso de Detroit o de cualquier
otro lugar sometido a presión económica, su población
se ha ido contrayendo, casi un 1% anual desde 2010. Lo que no resulta
demasiado sorprendente, habida cuenta de que el PIB de Puerto
Rico no ha logrado estabilizarse sino muy recientemente, luego contraerse
ininterrumpidamente desde 2006. Pero una buena parte de esa contracción se
debía a la reducción de los volúmenes de la inversión y de la construcción, así
como al estancamiento de las “exportaciones” a su socio comercial principal,
los EEUU. No puede, pues, resultar sorprendente su “liderazgo” en materia de desempleo:
una tasa del 15,4%, mucho más elevada que la de cualquier otro estado de la
Unión. Aunque no tengo datos precisos sobre la demografía de quienes han
abandonado el país y de quienes se han quedado, presiones económicas análogas
en otras ciudades y regiones autorizan a suponer que quienes se han ido son más
jóvenes, más formados y más empleables.
En lo tocante a la crisis misma, dependiendo de las
fuentes, hay entre 55 mil y 70 mil millones de dólares de deuda municipal en
riesgo de impago. De ese monto, mil millones tienen que ser pagados o refinanciados
durante el próximo mes. A la vista del giro alcista de la deuda de Puerto Rico,
no será fácil ni resultará barato. Valga como indicio del humor del mercado el
que los diferenciales de los bonos puertorriqueños a 20 años, que en mayo
todavía estaban en un 5%, se han disparado ahora hasta un 10%. A la intuición
de los mercados de que la carga de de la deuda de Puerto Rico es inmanejable ha
venido a dar nuevo impulso esta pasada semana el que S&P y Moody’s degradaran
la calificación de sus bonos a la categoría de “basura”.
En grave proceso de contracción de su población y su
economía, disparados los diferenciales de su deuda, en aumento los impuestos,
estranguladas sus empresas e imponentemente alcistas sus mercados de bonos,
Puerto Rico se halla en una trampa terrible. Y para hacer las cosas más
difíciles todavía, el grueso de los juristas cree que, en la medida en que el
de Puerto Rico no es un gobierno soberano, no tiene autoridad legal y no puede afrontar una bancarrota. Esa incapacidad
significa que no puede servirse de la amenaza de declararse en quiebra para
lograr apalancamiento y renegociar los términos de la deuda con los acreedores,
ni puede tampoco contar con negociaciones informales para protegerse de la actividad predatoria de los “fondos
buitre”.
Dado todo lo cual, ¿por qué no resulta esta historia de digna de ser
contada por los medios de comunicación? (Una muy reciente excepción es el New York Times del pasado domingo.) Si
nos limitamos a considerar las dimensiones del problema, debería resultar
evidente que aquí hay más gente directamente afectada por los recortes en los
servicios públicos, por las rebajas de las pensiones, por el debilitamiento del
mercado de trabajo, etc. que en el colapso financiero de Detroit o del Condado
de Jefferson.
Es verdad que algo se ha dicho, casi siempre en la prensa económica
especializada. El “ángulo de visión” ha sido casi siempre el financiero: las
degradaciones en la calificación del riesgo, las perspectivas para los
inversores, los esfuerzos del gobierno de Puerto Rico para equilibrar su
presupuesto, etc. Pero, con poquísimas excepciones, no hemos podido leer
artículos de “interés en las personas” o en el “hombre de la calle”,
entrevistas con jubilados y pensionistas, residentes, propietarios de pequeñas
empresas o maestros que expresaran su opinión sobre los recortes
presupuestarios crecientes, o sobre la emigración a Nueva York, a Miami o a
dónde fuere.
Yo diría que esa falta de cobertura periodística se debe en parte a la
ausencia de dos senadores estadounidenses y de un puñado de congresistas. La representación
puertorriqueña en el Congreso de los
EEUU convertiría eso en una historia mediática, “entraría en el radar” de todos
los periodistas políticos y de la mayoría de los directores de periódicos. Otra
razón puede tener que ver con el estatus quasi-soberano de Puerto Rico.
¿O es acaso que cada vez estamos más acostumbrados a
este tipo de historias? Tal vez hemos ido desechando sin darnos mucha cuenta la
idea de que los EEUU son, o deberían ser, una nación del primer mundo, es
decir, una nación con la capacidad, la pericia y la obligación de garantizar a
todos sus estados y territorios los medios para
tener un nivel decente de vida. Si eso fuera verdad, entonces la falta
de interés por la suerte que va a correr el pueblo de Puerto Rico sería un
indicio más de que las perspectivas y los valores plutocráticos están imperando
cada vez más en nuestra vida política y en nuestros medios de comunicación.
Robert E. Prasch es profesor de
teoría económica en el Middlebury College, en donde enseña teoría y política
monetarias, macroeconomía, historia económica de los EEUU e historia del
pensamiento económico.
Traducción
para sinpermiso.info: Ventureta
Vinyavella
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