miércoles, 14 de enero de 2015

"Teoría de la Conspiración": un concepto neoliberal para encubrir una práctica inherente al ejercicio del Poder en las sociedades de masas.

“¿Circunstancias? Yo construyo las circunstancias.” (Napoleón) 

En los últimos tiempos, especialmente a raíz del 11 de septiembre de 2001, muchos habréis oído pronunciar la expresión teoría de la conspiración a los más diversos personajes, casi siempre con la intención de desacreditar a todas aquellas personas que denuncian una implicación gubernamental en los fatídicos acontecimientos que tuvieron lugar en dicha fecha. Lo que es menos probable es que ello haya ido acompañado de una explicación sobre el origen del término y de quién lo enunció por primera vez. 

En su obra “La sociedad abierta y sus enemigos”, una cerrada apología del capitalismo, el científico vienés, posteriormente nacionalizado británico, Karl Popper, sienta las bases de un  nuevo concepto, el de la Teoría de la Conspiración, plagado de multitud de contradicciones e incoherencias. 

Por un lado, señala que es una tendencia natural en el ser humano explicarse la historia del mundo mediante una especie de trama de conspiraciones, algo que trata de asociar, de una forma bastante simplista y muy poco científica a mi entender,  a una especie de pensamiento supersticioso innato en el hombre. Para Popper, las creencias religiosas han venido explicando el mundo como una especie de conspiración de los dioses contra los hombres; así, el hombre moderno habría heredado esta forma de explicarse los acontecimientos, trasvasando la capacidad conspirativa antiguamente atribuido a los dioses a los hombres de poder: reyes, políticos, magnates de los negocios... Según está teoría, cuando sucedieron los atentados de las Torres Gemelas, todo el mundo debería haber atribuido la autoría del mismo a la administración Bush y a sus deseos de iniciar un prolongado periodo de guerra en oriente, sin embargo, esto no fue así, y la práctica totalidad del público se plegó a la versión oficial de los hechos. 

Por otro lado, dice que es un hecho indiscutible que las conspiraciones existen, pero que la mayoría de ellas nunca llega a tener éxito; según esta afirmación, ¿cómo explicaría Popper el incendio del Reichstag o la Operación Himmler, conspiraciones llevadas a cabo por los nazis (que no fueron sacadas a la luz hasta los juicios de Nuremberg) y que les permitieron, primero, hacerse con el control total del Estado y, segundo, justificar la invasión de Polonia? Eso por no mencionar las múltiples conspiraciones llevadas a cabo por los servicios secretos estadounidenses de las que hoy disponemos de innumerables pruebas, como El incidente del golfo de Tonkin, el apoyo a regímenes dictatoriales en Latinoamérica o a grupos insurgentes a través, en algunos casos, del tráfico de drogas, tal y como demostró John Kerry en el caso de la contra Nicaragüense. 

Otro punto en el que se equivoca Popper es cuando asevera que los teóricos de la conspiración atribuyen a los hombres que manejan el poder una maldad casi diabólica que sobrepasa los límites de lo humano. Si Popper hubiera leído el Talón de Hierro, una novela en la que Jack London expone magistralmente las diferentes estrategias utilizadas por los hombres de poder para conservar su posición de privilegio, se hubiera dado cuenta de que esto no es así. London viene a decirnos que los poderosos no se comportarían como se comportan (engañar y sojuzgar a la mayoría del género humano) si no hubieran ideado mil y una formas para justificar su avaricia (motor principal de sus actos), una tendencia que, por otra parte, tiene muy poco que ver con el mundo de los dioses y sí mucho con el de los humanos. Los hombres de poder no se sienten malos o perversos, todo lo contrario, se sienten portadores de una misión casi mesiánica, según la cual ellos serían una especie de elegidos destinados a mantener el orden necesario para evitar la extinción del género humano y de su civilización; un fin que justificaría el empleo de cualquier medio a su alcance. 

«Los amos, como usted ve, están perfectamente seguros de tener razón cuando proceden como lo hacen. Tal es el absurdo que corona todo el edificio. Están de tal manera atados por su naturaleza humana, que no pueden hacer nada, a menos que la crean buena. Les es necesario una justificación de sus actos. Cuando quieren emprender algo, en materia de negocios, tienen que esperar, por supuesto, que nazca en sus cerebros una especie de concepción religiosa, moral o filosófica que de fundamentos correctos a su proyecto. Entonces dan un paso adelante, sin percatarse de que el deseo es padre del pensamiento. A cualquier proyecto terminan por encontrarle una justificación. Son casuistas superficiales, jesuitas. Se sienten justificados incluso cuando hacen mal, porque de éste resulta un bien. Uno de sus axiomas ficticios más gracioso es el de proclamarse superiores al resto de la humanidad, en sabiduría y en eficacia. Por obra y gracia de esta justificación, se arrogan el derecho de repartir el pan y la manteca a todo el género humano. Han llegado a resucitar la teoría del derecho divino de los reyes, de todos los reyes del comercio.» (Jack London, El talón de hierro, cap IV) 

Personalmente, yo tampoco creo que el modo de proceder de los poderosos se trate de ninguna especie de “posesión demoníaca”, sino más bien de un trastorno de la personalidad, de carácter psicopático, como consecuencia de una anormal represión del Eros o instinto de vida; una represión que es inherente al orden civilizatorio, y que todos sufrimos en mayor o menor grado (1). 

No se encontrará tampoco en la disertación de Popper ni una sola referencia a la obra de su contemporáneo Edward L Bernays Freud, considerado el padre de las actuales Relaciones Públicas y asesor de la Casa Blanca estadounidense y de otros gobiernos nacionales, de diferentes familias reales y de importantes magnates de negocios como Henry Ford. Bernays, en toda su obra, viene a justificar la manipulación de las mentes de las masas como condición necesaria para que la sociedad no sufra grandes perturbaciones y se mantenga el orden necesario para su continuidad. Un orden que, precisamente, no es otro que el dominadores y dominados. 

¿Cómo explicaría Popper las siguientes declaraciones de Bernays? 

«LA MANIPULACIÓN consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizadas de las masas es un elemento de importancia en las sociedades democráticas. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de nuestro país.
«Quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos o nos sugieren nuestras ideas son en gran medida personas de las que nunca hemos oído hablar. Ello es el resultado lógico de cómo se organiza nuestra sociedad democrática. Grandes cantidades de seres humanos deben cooperar de esta suerte si es que quieren convivir en una sociedad funcional sin sobresaltos.
«A menudo, nuestros gobernantes invisibles no conocen la identidad de sus iguales en este gabinete en la sombra.
«Nos gobiernan merced a sus cualidades innatas para el liderazgo, su capacidad de suministrar las ideas precisas y su posición de privilegio en la estructura social. Poco importa qué opinión nos merezca este estado de cosas, constituye un hecho indiscutible que casi todos los actos de nuestras vidas cotidianas, ya sea en la esfera de la política o de los negocios, en nuestra conducta social o en nuestro pensamiento ético, se ven dominados por un número relativamente exiguo de personas que comprenden los procesos mentales y los patronos sociales de las masas. Son ellos quienes mueven los hilos que controla el pensamiento público, domeñan las fuerzas sociales y descubren nuevas formas de embridar y de guiar el mundo.» (Edward L Bernays, Propaganda, cap.I Organizar el caos) 

O Popper nunca leyó a Bernays (cosa que dudo mucho) o pensaría que la mayor parte de la gente nunca llegaría a leerle. 

¿Cómo es posible que un considerado hombre de ciencia como Popper defendiera un concepto como el que aquí estamos analizando con argumentos tan poco científicos y alejados de la realidad? ¿Se trata de simple ingenuidad o existen otros motivos? Sencillamente, como Bernays, Popper defendía un orden que consideraba necesario para la supervivencia de la especie humana sobre la tierra (2). Desde mi punto de vista, creo que si ése es el único modo que le queda a la humanidad para sobrevivir, es preferible la extinción. Bromas al margen, los argumentos de Popper (como los de Bernays y los de tantos otros partidarios del actual sistema neoliberal), como muy bien intuyó Jack London, sólo sirven para justificar de un modo inconsciente lo que es una tendencia (por no llamarlo vicio) extendida entre muchos seres humanos: el deseo de poder y la codicia. Tras la excusa de imponer el orden sobre el caos, para evitar el desastre, sólo se esconde una cosa: el deseo de perpetuar el sempiterno sistema de dominadores y dominados, de tanto provecho para aquellos que se ven incapaces de poner límites a su codicia. Ningún hombre incapaz de refrenar su codicia podría vivir sin autoengañarse y, desgraciadamente, esta incapacidad es algo mucho más extendido de los que creemos entre la respetable casta intelectual, siendo el argumento de que la defensa del orden constituido es necesaria para la conservación y el desarrollo de la especie humana una excusa ideal para justificarla. La codicia ciega a estos hombres, que son incapaces de comprender la verdadera razón de sus actos, en este contexto es normal que vean a quienes les critican como paranoicos. 

Popper, como tantos otros intelectuales a lo largo de la historia, defendía unos intereses; él no era un plebeyo; recordemos que la Reina Isabel II de Inglaterra le nombró Sir, y que fue un importante miembro de la Royal Society, elitista sociedad fundada en el siglo XVII por nobles y aristócratas ingleses con el fin de establecer lo que ellos consideraban como la verdad científica (algo no muy diferente a un concilio religioso). Además, Popper era un ferviente partidario del liberalismo económico, y como su íntimo amigo Von Hayek (admirador de la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile) y Milton Friedman (asesor del propio Pinochet) fue un miembro activo de la Sociedad de Mont-Pèlerin, una sociedad financiada por banqueros y magnates de los negocios, consagrada a difundir las tesis neoliberales; lo que hoy consideraríamos un Think Tank. 

 
Nunca dejará de sorprenderme los niveles de hipocresía que algunos seres humanos pueden llegar a alcanzar. Por un lado, Popper criticaba a aquellos que denunciaban que la conspiración era una estrategia esencial del Poder para perpetuarse y, por otro, el mismo fue un miembro activo de un poderoso Think Tank destinado a moldear la opinión de las masas en favor de los intereses de las clases dirigentes. 

Viendo la forma de operar del neoliberalismo en los últimos tiempos: apoyo a gobiernos dictatoriales, alianzas con el narcotráfico y grupos paramilitares, guerra permanente, salvaje estado policial, es comprensible que Popper y sus amigos estuvieran más que interesados en negar que la conspiración es una parte esencial del proceder habitual del Poder, por no decir que es la esencia misma del Poder. 

            Una última pregunta sería ¿por qué el concepto “Teoría de la Conspiración” ha calado tanto entre la gente, teniendo en cuenta sus múltiples contradicciones e incoherencias, las fuentes de las que procede y, especialmente, su ingenua visión de las relaciones de Poder? Por una razón muy sencilla, tranquiliza las conciencias. “Si las teorías que critican al Poder no son ciertas y éste no es tan malo para mi bienestar como dicen, no tengo la responsabilidad de tener que enfrentarme a él y puedo seguir haciendo tranquilamente mi vida: teléfono móvil, videojuegos, fútbol, botellón, ir de compras, tomar el sol en la playa…”. En el fondo, las personas que han asumido con tanta facilidad el concepto de la “Teoría de la Conspiración” (la inmensa mayoría) solían sentir un inconsciente rencor hacia aquellos que les revelaban el juego sucio del Poder, pues tales revelaciones les obligaban, en cierta forma, a tener que tomar partido e implicarse; el concepto de Popper sólo vino a facilitar las cosas, sirviéndoles como la excusa perfecta para quitarse de en medio a esas personas y poder así seguir disfrutando de su Brave New World y las diarias y placenteras raciones de Soma.

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