La adicción que generan, uno de sus efectos más evidentes
ROBERT WHITAKER Y LOS EFECTOS NOCIVOS DE LOS PSICOFÁRMACOS
Publicado por Infocop
[Robert Whitaker es periodista de investigación y escritor especializado en ciencia y medicina]
Este
es el tercer artículo del monográfico titulado “Destruyendo los mitos
sobre los diagnósticos y los psicofármacos en salud mental”, donde se
revisa la obra de Irving Kirsch, Robert Whitaker y Daniel Carlat.
El libro de Whitaker, Anatomy of an Epidemic: Magic Bullets, Psychiatric Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in America (Anatomía de una epidemia: panaceas, psicofármacos y el impactante ascenso de la enfermedad mental en EE.UU.) es más extenso y polémico que el libro de Irving Kirsch, tal y como subraya Marcia Angell, periodista del New York Review of Books, en la revisión que hace de su obra (The Epidemic of Mental Illness: Why?).
Whitaker
analiza todas las enfermedades mentales, no sólo la depresión y, si
bien Kirsch concluye que los antidepresivos probablemente no son más
eficaces que el placebo, Whitaker establece que tanto los antidepresivos como la mayoría de los fármacos psicoactivos no son sólo ineficaces, sino perjudiciales.
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Whitaker da cuenta de las alteraciones, a nivel
cerebral, que puede suponer el consumo continuado de psicofármacos, tal y
como han puesto en evidencia diferentes estudios científicos y tal y
como ha sido reconocido por parte de algunos responsables de
prestigiosas agencias de salud. Además, advierte de los peligros que
adquiere la escalada de consumo de psicofármacos en la que se ve
inmersa la mayor parte de los pacientes. Una espiral de consumo de la
que es extremadamente difícil volver a salir.
Su análisis parte de la observación de que la
progresión natural de la enfermedad mental ha manifestado un cambio en
las últimas décadas. Mientras que hace unos años la esquizofrenia o los
trastornos depresivos se caracterizaban por ser episodios autolimitados o
episódicos, con una duración típica no mayor a seis meses y con largos
periodos de normalidad entre las crisis, ahora estas condiciones son
consideradas habitualmente crónicas y una carga para toda la vida.
Según
manifiesta Whitaker, entre las causas que han motivado este cambio se
encuentran los psicofármacos, ya que todos ellos, incluso los que
alivian los síntomas a corto plazo, causan daños cerebrales a largo plazo,
cuya duración se prolonga más en el tiempo que los daños que se
hubieran derivado de la progresión natural de la enfermedad mental, sin
intervención farmacológica.
Whitaker trae a colación las declaraciones de Steve Hyman, exdirector del National Institute of Mental Health (NIMH) de EE.UU.
y hasta hace poco rector de la Universidad de Harvard, quien reconoció
que el consumo de fármacos psicoactivos prolongado en el tiempo produce “alteraciones sustanciales y de larga duración en la función neuronal”.
Tal y como explica Whitaker, el consumo habitual
de psicofármacos hace que el cerebro comience a funcionar de manera
cualitativa y cuantitativamente distinta respecto a su estado normal.
Tras varias semanas de consumo de fármacos psicoactivos, los esfuerzos
del cerebro por compensar los cambios que éstos introducen a nivel
neuronal comienzan a fallar y es entonces cuando se empiezan a
manifestar los efectos secundarios asociados al medicamento, que son una
señal de que el fármaco en cuestión está poniendo en marcha sus
mecanismos de acción. De esta manera, por ejemplo, el consumo de
antidepresivos inhibidores de recaptación de serotonina produce una
concentración anormal y elevada del nivel de serotonina en el cerebro,
que el organismo es incapaz de corregir si se prolonga su consumo en el
tiempo, circunstancia que, a su vez, puede desembocar en episodios de
manía. Por su parte, los antipsicóticos causan efectos secundarios que
se asemejan a la enfermedad de Parkinson, debido a que disminuyen los
niveles de dopamina, cuya carencia también se observa en este tipo de
enfermedad.
Para Whitaker el problema no termina aquí, ya que una
vez que el paciente comienza a presentar efectos secundarios derivados
del consumo de psicofármacos, a menudo acude al médico en busca de un
tratamiento para aliviar estos nuevos síntomas, de tal manera que la
mayoría de los pacientes acaban consumiendo un cóctel de psicofármacos para un cóctel de diagnósticos.
Así, un episodio de manía desencadenado tras el consumo prolongado de antidepresivos
puede dar lugar a un nuevo diagnóstico de trastorno bipolar y a un
nuevo programa de tratamiento que incluye fármacos estabilizadores del
estado de ánimo, como el Depakote (divalproex sódico, un
anticonvulsivo), junto con otro antipsicótico, lo que genera nuevos
efectos secundarios. Y así sucesivamente. Según Whitaker, este proceso
en espiral hace que algunos pacientes puedan llegar incluso a tomar
hasta seis psicofármacos distintos al día.
Whitaker además advierte que este consumo abusivo de psicofármacos da lugar a una atrofia cerebral, tal y como ha quedado manifiesto en los estudios realizados por Nancy Andreasen,
una prestigiosa neurocientífica y psiquiatra que ha sido galardonada
por su línea de investigación en el análisis del funcionamiento neuronal
de personas con trastorno mental a través de técnicas de neuroimagen.
Según uno de los hallazgos del equipo de Andreasen, el consumo de
psicofármacos está asociado a un “encogimiento” del cerebro y este
efecto está directamente relacionado con la dosis y la duración del
tratamiento farmacológico. En declaraciones al New York Times, Andreasen señaló que “el
consumo de psicofármacos impide que la corteza prefrontal reciba la
entrada de lo que necesita y empieza a experimentar apagones. Lo que se
traduce en síntomas psicóticos. Esto también hace que la corteza prefrontal se atrofie lentamente“.
Otra de las circunstancias que para Whitaker
evidencia las consecuencias nocivas del consumo de psicofármacos se
observa en la dificultad que entraña el proceso de retirada de este tipo
de medicamentos. Bajar la dosis de un psicofármaco es un proceso
sumamente delicado, según Whitaker, porque cuando se retira, los
mecanismos de compensación que había desarrollado el cerebro durante su
consumo, continúan manteniéndose a pesar de la desaparición del agente
que los activó. Así Whitaker explica, por ejemplo, que cuando se realiza
el proceso de retirada del antidepresivo Celexa (citalopram
hidrobromuro), un inhibidor selectivo de recaptación de serotonina, los
niveles de este neurotransmisor caen de forma precipitada ya que las
neuronas presinápticas no están liberando las cantidades normales de
serotonina y las neuronas postsinápticas no tienen suficientes
receptores para ella. Del mismo modo, cuando un antipsicótico se
suspende, se pueden disparar los niveles de dopamina. Los síntomas producidos por la retirada de psicofármacos se confunden a menudo con recaídas
de la enfermedad original, lo que puede llevar a los psiquiatras a
reanudar el tratamiento farmacológico, tal vez incluso con dosis aún más
elevadas, advierte Whitaker, quién se siente indignado por lo que él
considera un efecto iatrogénico, es decir, involuntario e introducido
médicamente.
Whitaker define este proceso de consumo abusivo de psicofármacos como “la epidemia de la disfunción cerebral”,
epidemia que se ha expandido principalmente con la nueva generación de
antipsicóticos “atípicos”, tales como Zyprexa (olanzapina), causantes de
graves efectos secundarios. A este respecto invita a la reflexión a sus
lectores mediante el siguiente ejemplo:
“Imagina un virus que aparece de repente en el mundo y
que provoca que las personas duerman doce o catorce horas al día. Las
personas infectadas se mueven con cierta lentitud y parecen
desconectadas emocionalmente. Muchas de ellas ganan bastante peso. A
menudo, sus niveles de azúcar en sangre se elevan, al igual que sus
niveles de colesterol. Un número de afectados por la enfermedad, entre
los que se incluyen, inexplicablemente, niños y adolescentes, se
convierten en diabéticos en un breve plazo de tiempo… El gobierno ofrece
cientos de millones de dólares a los científicos de las mejores
universidades para que descifren el funcionamiento interno de este
virus, quienes afirman que la razón por la que causa estas disfunciones
globales radica en que bloquea gran cantidad de neurotransmisores
cerebrales (dopaminérgico, serotoninérgico, muscarínico, adrenérgicos e
histaminérgicos). Todas esas vías neuronales se ven comprometidas.
Mientras tanto, los estudios de resonancia magnética que encontramos en
un período de varios años, demuestran que el virus contrae la corteza
cerebral y que esta contracción provoca deterioro cognitivo. Un
atemorizado público clama por una cura.
Ahora,
dicha enfermedad, de hecho ha afectado a millones de niños y adultos
norteamericanos. Se acaban de describir los efectos del antipsicótico
más vendido, Zyprexa, de los laboratorios Eli Lilly”.
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La evidencia proporcionada por Whitaker para
argumentar su planteamiento varía en calidad, debido a las dificultades
inherentes que conlleva acceder a muestras reales de pacientes donde se
puedan comparar los efectos de una progresión natural de un trastorno
mental, esto es, sin que se haya administrado ningún tipo de tratamiento
farmacológico durante un periodo de 50 años desde la aparición de los
primeros síntomas. No obstante, según manifiesta Marcia Angell,
las reflexiones que aporta este investigador, si bien no llegan a ser
tan concluyentes como las de Irving Kirsch (gracias a su aplicación del
método científico) “no dejan de ser sugerentes”.
Los críticos a este punto de vista podrían
argumentar, comenta la periodista, que los efectos secundarios que
provoca el consumo de psicofármacos “son el precio que debe pagarse para aliviar el sufrimiento causado por una enfermedad mental”
(tal y como sugiere Nancy Andreasen implícitamente en su investigación
sobre la pérdida de tejido cerebral debido al tratamiento antipsicótico a
largo plazo). Pero para Marcia Angell este argumento merece una
reflexión: “si estuviéramos seguros de que los beneficios de los
psicofármacos superan con creces los daños que provocan, este sería un
potente argumento, ya que no hay duda de que muchas personas se
encuentran afectadas gravemente por alguna enfermedad mental. Pero como
Kirsch, Whitaker y Carlat argumentan de manera convincente, es probable
que estas expectativas no se correspondan a la realidad (…) Al
menos, tenemos que dejar de creer que los psicofármacos son el mejor y
único tratamiento para la enfermedad mental y el sufrimiento psicológico.
Tanto la psicoterapia como el ejercicio físico han demostrado ser tan
eficaces como los psicofármacos para la depresión y sus efectos son más
duraderos; sin embargo, por desgracia, no existe una industria para
impulsar estas alternativas”.
Nota al pie:
Fuente:
Referencias:
Robert Whitaker (2011). Anatomy of an Epidemic: Magic Bullets, Psychiatric Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in America. Crown.