lunes, 4 de noviembre de 2013

Desmontando el Apartheid

Uri Avnery אורי אבנרי

Traducido por  Ilya U. Topper




¿Es Israel un Estado de apartheid? Esta pregunta no desaparece. Cada pocos meses vuelve a aparecer en el escenario.

Es habitual utilizar la palabra “apartheid” únicamente como propaganda. Al igual que racismo y fascismo, es un término retórico que se emplea para denigrar al adversario.
Pero “apartheid” es también un concepto con una definición concreta. Describía un régimen específico. Equiparar otro régimen con aquel puede ser acertado o parcialmente correcto o simplemente equivocado. También lo serán las conclusiones que uno saque de esa comparación.
Hace poco tuve oportunidad de discutir el asunto con un experto que había vivido en Sudáfrica durante toda la época del apartheid. Aprendí mucho.

¿Es Israel un Estado de apartheid? Bueno, en primer lugar hay que aclarar una cuestión: ¿qué Israel? ¿El Israel propiamente dicho, limitado por la Línea Verde (la frontera de 1967), o el régimen de ocupación israelí en los territorios palestinos ocupados, o ambos juntos?
Vamos a volver a este detalle más adelante.

Las diferencias entre ambos casos son obvias.


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¡Soy palestina!"-Carlos Latuff

En primer lugar, el régimen de Sudáfrica se basaba, al igual que el de sus mentores nazi, en la teoría de la superioridad racial. El racismo era el credo oficial. La ideología sionista de Israel no es racista en este sentido, sino basada en una mezcla de nacionalismo y religión, aunque los primeros sionistas eran casi todos ateos.

Los fundadores del sionismo siempre rechazaban las acusaciones de racismo, que calificaban de absurdas. ¡Son los antisemitas quienes son racistas! Los sionistas eran liberales, socialistas, progresistas. (Que yo sepa, sólo un líder sionista respaldó abiertamente el racismo: Arthur Ruppin, el judío alemán que fue el padre de los asentamientos sionistas a inicios del siglo XX).
Luego está la cuestión de las cifras. En Sudáfrica existía una inmensa mayoría negra. Los blancos sumaban aproximadamente la quinta parte de la población.

En Israel propiamente dicho, los ciudadanos árabes constituyen una minoría del 20 por ciento. En el territorio total bajo dominio israelí entre el Mediterráneo y el río Jordan, las cifras de judios y árabes son más o menos similares. Puede que los árabes ya constituyan una ligera mayoría, pero es difícil encontrar datos exactos. Esta mayoría árabe seguirá creciendo lentamente conforme pase el tiempo.
Luego, la economía blanca de Sudáfrica dependía totalmente de la mano de obra negra. Al empezar la ocupación israelí de Cisjordania y la Franja de Gaza en 1967, se acababa la insistencia sionista en emplear “mano de obra judía”, y los trabajadores baratos árabes inundaron Israel. Sin embargo, cuando estalló la primera intifada, esta evolución se revirtió con una rapidez asombrosa. Israel importó grandes contingentes de trabajadores extranjeros: europeos del Este y chinos para la construcción, tailandeses para la agricultura, filipinos para el trabajo doméstico etc.
Una de las principales tareas del Ejército israelí consiste ahora en impedir que los palestinos crucen de forma ilegal lo que es la frontera ‘de facto’ y entren en Israel para buscar trabajo.
Esto es una diferencia fundamental entre los dos casos, una que tiene un impacto enorme en las soluciones que se puedan buscar.

Desafortunadamente, en Cisjordania, muchos palestinos trabajan en la construcción de los asentamientos y en las empresas de estos lugares, que mis amigos y yo pedimos que se boicoteen. La miseria económica de la población la lleva a esta situación perversa.
En Israel propiamente dicho, los ciudadanos árabes se quejan de la discriminación, que limita sus posibilidades de empleo en empresas judías y oficinas públicas. Las autoridades prometen de vez en cuando tomar medidas al respecto.

En conjunto, la situación de la minoría árabe dentro de lo que es Israel propiamente dicho equivale más o menos a la de muchas minorías en Europa y otras partes del mundo. Gozan de igualdad según la ley, votan en las elecciones, están representados por partidos propios, muy dinámicos, pero en la práctica sufren discriminación en muchos aspectos. Ahora, llamarlo apartheid sería muy equívoco.
Yo siempre había pensado que una de las mayores diferencias respecto a Sudáfrica era que el régimen israelí expropia terrenos palestinos en los territorios ocupados para cederlos a asentamientos judíos. Esto afecta tanto a propiedades privadas como a los llamados “terrenos gubernamentales”.
En la época otomana, las reservas de terrenos alrededor de las ciudades y los pueblos estaban registradas a nombre del sultán. Bajo el dominio británico, estas extensiones de tierra se convertían en propiedad del gobierno, y seguían siéndolo bajo el régimen de Jordania.

Cuando Israel ocupó Cisjordania en 1967, el régimen de ocupación se adjudicó estos terrenos y los entregó a los colonos. Privó de esta manera a las ciudades y las aldeas palestinas de las reservas de espacio que necesitaban para su propio crecimiento natural.
Por cierto, después de la guerra de 1948, enormes extensiones de tierras árabes en Israel fueron expropiadas, mediante una larga lista de normas legales aprobadas a este efecto: no sólo se confiscaron las propiedades de los “absentistas”, sino también las de árabes que fueron declarados “absentistas presentes”, un término absurdo que se refiere a personas que no habían abandonado Israel durante la guerra, pero sí habían salido de sus aldeas. Y los “terrenos gubernamentales” en las partes de Palestina que se habían convertido en Israel también sirvieron para asentar a las masas de recientes inmigrantes judíos que arribaban al país.

Siempre había pensado que en este aspecto, nosotros éramos peor que Sudáfrica. No, que va, dijo mi amigo: el gobierno del apartheid hacía exactamente lo mismo. Deportaban a los negros a ciertas áreas y les quitaban sus tierras para destinarlas únicamente a blancos.
Siempre había pensado que en Sudáfrica, todos los blancos estaban unidos en una lucha contra todos los negros. Sin embargo, resulta que ambos bandos tenían profundas divisiones.
En el bando blanco había afrikaners, descendientes de colonos holandeses que hablaban un dialecto holandés, llamado afrikaans, y había británicos, que hablaban inglés. Las dos comunidades eran más o menos del mismo tamaño y se detestaban mutuamente. Los británicos despreciaban a los simplones de los afrikaners, y los afrikaners odiaban a los británicos, tan amanerados. De hecho, el partido del apartheid se llamaba “nacionalista”, en gran parte porque se consideraba representante de una nación nacida en este país, mientras que los británicos estarían más vinculados a su lejana patria. (Me han contado que los afrikaners llamaban a los británicos “penes salados” porque tenían un pie en Sudáfrica y otro en Gran Bretaña, de manera que su órgano sexual se mojaba en el océano).
También la población negra estaba dividida en muchas comunidades y tribus, que no se gustaban mutuamente. Esto complicaba el que se uniesen en la lucha por la liberación.

La situación en Cisjordania es en muchos aspectos similar al régimen de apartheid.
Desde los Acuerdos de Oslo, Cisjordania se divide entre las áreas A, B y C, y en cada uno se ejerce el control israelí de otra manera. En Sudáfrica existían numerosos bantustanes (“patrias”) con diferentes tipos de régimen. Algunos era oficialmente completamente autónomos, otros sólo en parte. Todas las enclaves estaba rodeados por territorios habitados por blancos.
En ciertos aspectos, la situación en Sudáfrica era al menos oficialmente mejor que en Cisjordania. Bajo la ley sudafricana, los negros eran, al menos oficialmente, “separados pero iguales”. El código penal se aplicaba a todos por igual. Esto no es el caso en nuestros territorios ocupados, donde la población local está sujeta a la ley castrense, bastante arbitraria, mientras que sus vecinos colonos se rigen según el código civil israelí.

Una pregunta capciosa: ¿hasta qué punto contribuyó el boicot internacional a la caída del régimen de apartheid, si es que contribuyó en algo?
Cuando pregunté al arzobispo Desmond Tutu, me respondió que el efecto era sobre todo psicológico. Le subió la moral a la comunidad negra. Mi nuevo amigo dijo lo mismo, aunque esta vez respecto a los blancos. Les socavaba la moral.

¿Cuánto contribuyó esto al triunfo? Mi amigo lanzó una estimación: en un 30 por ciento.
El efecto económico era menor. El efecto psicológico era mucho más importante. Los blancos se consideraban la vanguardia de Occidente en la lucha contra el comunismo. La ingratitud de Occidente los dejaba aturdidos. (Habrán suscrito de todo corazón la promesa de Theodor Herzl, el fundador del movimiento sionista, según el que el futuro Estado judío sería la vanguardia de Europa y un baluarte contra los asiáticos, es decir los árabes, es decir los bárbaros).
No era casualidad que el apartheid se derrumbó pocos años después del colapso del imperio soviético. Estados Unidos perdió interés. ¿Puede ocurrir eso también en nuestra relación con Estados Unidos?

(Dicho sea de paso: cuando el Congreso Nacional Africano enviaba a jóvenes negros sudafricanos a la Unión Soviética para estudiar allí, éstos quedaban aturdidos por el nivel de racismo que se encontraban. “Son peores que los blancos nuestros”, decían).
El área en el que el boicot más afectó al pueblo del apartheid era el deporte. El cricket es una obsesión nacional en Sudáfrica. Cuando ya no podían participar en competiciones internacionales, acusaron el golpe. Su autoconfianza se fue al garete.
Este aislamiento internacional los forzó a reflexionar en más profundidad sobre la moral del apartheid. Empezaron a dudar más y más. En las elecciones finales, después del acuerdo, muchos blancos, también muchos afrikaners, votaron a favor del fin del apartheid.
¿Tendrá un boicot contra Israel el mismo efecto? Yo lo dudo. Los judíos están acostumbrados a sentirse aislados. “Todo el mundo está en contra de nosotros” es para ellos una situación natural. De hecho, a veces tengo la sensación que muchos judíos se sienten incómodos cuando alguna vez no es así.

Una enorme diferencia entre los dos casos es que todos los sudafricanos, fuesen negros, blancos, “de color” o indios, querían un único Estado. Nadie abogaba por dividir el país. (David Ben-Gurion, un gran defensor de una división al estilo de la de Palestina, propuso una vez concentrar a todos los blancos de Sudáfrica en la región del Cabo y establecer allí un Estado blanco al estilo de Israel. La propuesta no hallaba eco. Una idea similar de Ben-Gurión para Argelia corrió la misma suerte).
En nuestro caso, una gran mayoría en ambos bandos quiere vivir en un Estado propio. La idea de un país unificado, en la que vivan lado al lado, considerados como iguales, judíos israelíes que hablen hebreo y palestinos que hablen árabe, con todos haciendo el mismo servicio militar y pagando los mismos impuestos, no les parece en absoluto atractiva.

El apartheid lo derribaron los negros por su propia cuenta. Ninguna condescendencia criptocolonialista puede ocultar este hecho.
Las huelgas masivas de trabajadores africanos, de los que dependía la economía blanca, hacían que la posición de dominio de los blancos fuera indefendible. Las revueltas en masa de los negros, que mostraban un inmenso valor físico, eran decisivas. Al final, fueron los negros quienes se liberaron con sus propias manos.
Y hay otra diferencia más: En Sudáfrica existía un Nelson Mandela y existía un Frederik de Klerk.

Fuente: zope.gush-shalom.org

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