Las bases del concurso están abiertas: ¿quién es más asustadizo o mentiroso o ladrón? Europa y Estados Unidos se desgarran en el inmenso cuadrilátero que se instaló con el espionaje a escala industrial y planetaria realizado por la Agencia de Seguridad Norteamericana, la NSA. Después de las sucesivas revelaciones sobre el espionaje con las que Washington gratificó a sus queridos aliados de Alemania, España y Francia, el imperio se lanzó al contraataque.
El jefe de la NSA, el general Keith Alexander, dio vuelta el arma contra los denunciantes y acusó a sus amigos de Europa de ser los responsables tanto del espionaje de que son objeto sus ciudadanos como del envío a Washington de las informaciones recopiladas. Con el cinismo escénico al que ya nos tiene acostumbrados, el general Keith Alexander disparó el primer proyectil cuando aseguró, ante la Comisión de Inteligencia del Congreso estadounidense, que los informes suministrados por los diarios Le Monde y El Mundo, “según los cuales la NSA recabó miles de millones de llamadas telefónicas, son completamente falsos. Ni los periodistas ni la persona que robó esa información clasificada saben lo que tienen delante”. Las palabras del general no son ni del todo falsas ni del todo verdaderas. El vespertino Le Monde confirmó que Francia remitió información a la NSA por medio de un acuerdo firmado por los dos países a finales de 2011.
Este detalle tal vez explique en parte la trémula reacción de París ante la suculenta masa de informaciones que los servicios secretos de Estados Unidos sustrajeron de Francia. Le Monde había revelado que entre el 10 de diciembre de 2012 y el 8 de enero de 2013 la NSA interceptó más de 70 millones de llamadas y SMS de empresas y particulares de Francia. Keith Alexander precisó ante el Congreso que toda esa información no corresponde a “ciudadanos europeos”, sino que “se trata de información que noso-tros y nuestros aliados de la OTAN obtuvimos conjuntamente para la protección de nuestros países y en apoyo de nuestras operaciones militares”. Después del espionaje, la zancadilla. En primer lugar, una fuente anónima de los servicios secretos franceses, la DGSE, confirmó al diario francés la existencia de un protocolo de intercambio de informaciones que entró en funcionamiento a principios de 2012. El 28 de octubre, el diario alemán Süddeutsche Zeitung había revelado que la agencia norteamericana y la francesa colaboraban en un programa común llamado Lustre.
No obstante, este acuerdo no justifica la elevada cantidad de intercepciones operadas por la NSA en territorio francés. Francia tiene, para los servicios de inteligencia del mundo, un atractivo particular: los cables submarinos por donde transitan la mayoría de los datos oriundos de Africa y Afganistán pasan por las regiones francesas de Marsella y Bretaña. Ambas zonas están así celosamente vigiladas por París. La fuente de inteligencia citada por Le Monde declaró que eso era “un trueque que se instauró entre la dirección de la NSA y la DGSE. Les damos bloques enteros sobre esas zonas, y ellos, en contrapartida, nos dan partes del mundo en donde estamos ausentes”.
De este formidable e hipócrita espionaje se desprende que los servicios de inteligencia se reparten el rastreo del mundo. Según el artículo de Le Monde, los datos que París le entrega a Washington corresponden a ciudadanos franceses y extranjeros residentes en las zonas bajo control francés. El trueque entre Francia y Estados Unidos no es el único en vigor. Existe una suerte de círculo de amigos integrado, entre otros, por Israel, Suecia o Italia donde llegan cables submarinos de valor estratégico. Hay entonces una clara geografía submarina de cables pinchados por los servicios de inteligencia de las potencias. Ello quiere decir que las comunicaciones que pasan a través de ellos, las que atañen a personas y a empresas, están al alcance de los países centrales. Por consiguiente, todo el juego comercial y de las relaciones internacionales está trampeado. Asimismo, queda claro entonces que el presidente socialista François Hollande no hizo más que pura mímica cuando interpeló a la administración norteamericana a causa del espionaje del que su país había sido objeto. Todos aliados, a la vez traidores y vasallos. Le Monde afirma en su artículo que estas “nuevas aclaraciones plantean antes que nada la responsabilidad de las autoridades políticas francesas”. La portavoz del gobierno francés, Najat Vallaud-Belkacem, juzgó como “poco verosímiles” las alegaciones del general Alexander.
La controversia no disculpa en nada a la NSA. Muy por el contrario. Con los documentos entregados por el ex agente de la CIA y la NSA, Edward Snowden, como prueba, Le Monde mantiene que los objetivos de Washington eran sus mismos aliados. Una fuente jerárquica de la DGSE francesa refuta la idea de que sus servicios hayan podido entregar, en apenas un mes, “70,3 millones de datos a la NSA”. El volumen es demasiado alto para ese período. Además, el documento suministrado por Snowden dice claramente “contra ese país en particular”. Contra Francia u otro, da lo mismo. Las potencias se enemistan hoy, pero mañana se volverán a dar la mano para seguir expoliando en beneficio propio los datos del planeta. Comercio, desarrollo, negociaciones internacionales, acceso a los mercados, licitaciones internacionales, todo está contaminado por los intrusos que gobiernan el mundo, gobiernan las redes y los cables submarinos. Es una auténtica declaración de guerra contra las naciones que disponen de menos recursos, una metódica y cobarde condena a la desigualdad.
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Ni siquiera perdonan al Papa
Entre los 46 millones de llamadas que la NSA habría interceptado entre el 10 de diciembre de 2012 y el 8 de enero de 2013, en Italia, estarían incluidas aquellas desde y hacia el Vaticano, entre ellas las de Bergoglio.| ELENA LLORENTE
Que se espíen entre los poderes políticos, entre los grupos de poder, incluso dentro de los mismos países, que se espíen entre los grupos industriales, es cosa sabida. Pero que se espíe a la Iglesia Católica, al Papa y a los cardenales, como acaba de revelar una revista italiana, a ojos de muchos parece demasiado.
Por lo visto el Vaticano es considerado por algunos un gran grupo de poder, capaz de hacer cambiar los rumbos de países enteros o de masas de creyentes o de influir poderosamente en ellos y capaz de hacer operaciones financieras que pueden romper ciertos equilibrios, y por eso vale la pena espiarlo. Según la revista italiana Panorama, la National Security Agency (NSA) que ha estado en el centro de un escándalo por haber espiado a medio mundo (o al mundo entero, aún no se sabe), habría interceptado las comunicaciones vaticanas, incluso las del papa Benedicto XVI.
Entre los 46 millones de llamadas que la NSA habría interceptado entre el 10 de diciembre de 2012 y el 8 de enero de 2013 en Italia, estarían incluidas aquellas desde y hacia el Vaticano, entre ellas las del papa Benedicto XVI y del futuro papa argentino, el cardenal Jorge Bergoglio. Desde que surgió la noticia y dado que por lo visto la revista Panorama ha tenido acceso a documentación relativa a las interceptaciones, se han elaborado decenas de hipótesis sobre la posibilidad de que los cardenales hayan sido espiados en torno del cónclave, es decir las reuniones preparatorias de la elección del nuevo papa que comenzaron el 4 y terminaron el 8 de marzo, y al cónclave propiamente dicho que se realizó el 12 y 13 de marzo y que concluyó con la elección del primer papa argentino. El portavoz vaticano, padre Federico Lombardi, dijo ayer a los periodistas no saber nada de estas interceptaciones telefónicas y además, aclaró, “no nos preocupa en absoluto”.
Pero, según la revista, las llamadas interceptadas también habrían sido aquellas hacia y desde la Domus Internationalis Paolo VI, una residencia para eclesiásticos que está fuera del Vaticano, donde se hospedaba, entre otros, el cardenal Jorge Bergoglio cuando estaba en Roma. Panorama lanza la hipótesis de que podría haber sido precisamente Bergoglio el centro de atención en la Domus, dado que el futuro papa habría estado bajo control de parte de los servicios de inteligencia de Estados Unidos desde 2005, según revelaron algunos informes de Wikileaks.
De acuerdo con Panorama, las llamadas telefónicas hacia y desde el Vaticano, que incluían también aquellas desde y hacia los teléfonos de obispos y cardenales, han sido clasificadas por la NSA en cuatro categorías: Leadership intentions (intenciones de los líderes), Threats to financial system (amenazas al sistema financiero), Foreign Policy Objectives (Objetivos de política exterior), Human Rights (Derechos humanos). Se sospecha que se han monitoreado las llamadas relacionadas con la elección del nuevo presidente del IOR, el alemán Ernst von Freyberg, dado los tremendos escándalos financieros en los que se ha visto implicado en las últimas décadas el banco vaticano. Von Freyberg fue nombrado el 15 de febrero de este año, casi un mes antes de que fuera elegido el papa Francisco quien, de su lado, ha iniciado importantes reformas en los órganos financieros del Vaticano.
Pero aunque el portavoz vaticano transmite tranquilidad, no todos dentro de la Santa Sede se sienten igual y se sabe que la noticia ha causado no poca preocupación. De todas maneras los más viejos habitantes de la Santa Sede saben que ser espiados no es cosa nueva. Los espías abundaban durante el período de los Estados Pontificios –siglos VIII a XIX–, cuando el Papa y sus ejércitos controlaban todo el centro de Italia. Y después, durante la Guerra Fría especialmente, se dice, el Vaticano era un Estado tan espiado como los más importantes de Europa, en particular durante los primeros años del papa polaco, Juan Pablo II.
Ahora, de todas maneras, y desde hace varios años, la Santa Sede ha adoptado algunos métodos de protección y cierto software muy sofisticado, sobre todo durante los cónclaves, para impedir escuchas o para obstaculizarlas. Y todo esto se ha incentivado desde el año pasado, cuando estalló el escándalo del Vatileaks, los documentos robados por el mayordomo del Papa y difundidos a la prensa.
En materia de espionaje, en particular en el contexto de lo que ahora llaman Datagate en Europa, todos los países desarrollados dicen asombrarse e indignarse y apuntan el dedo unos contra otros, como si fueran completamente inocentes de un accionar que, en sus más variadas formas, existe desde la Antigüedad.
Los antiguos romanos mandaban gente a los mercados para saber qué decían los mercaderes que venían de otros mundos, repartían soldados vestidos de civil entre la gente de los pueblos que conquistaban, infiltraban los ejércitos y las cortes. Claro, sin Internet y sin los medios supersofisticados que hay ahora, la tarea era mucho más lenta y difícil.
Fuente SURYSUR