jueves, 1 de mayo de 2014

OTRA DECEPCIÓN: Sudáfrica: ¿Qué le pasó a la transformación?

Colin Bundy · · · · ·
 
27/04/14
 

 


El Partido en el Poder ha fracasado en transformar la economía y el gobierno eficazmente en un Estado en desarrollo.

Érase una vez - hace 20 años, para ser exactos –, Sudáfrica estaba al borde de la transformación. El ANC (ndt: el Partido de Mandela, Congreso Nacional Africano) lo decía así, una y otra vez. Según palabras del Presidente Nelson Mandela: "Nuestro país está atravesando una profunda transformación en todos los sectores del gobierno y de la sociedad... Esta transformación alcanzará a todos los sectores de gobierno, a todo departamento y a toda institución pública." El Programa para la Reconstrucción y el Desarrollo, llamado el Libro Blanco RDP, nos proporciona "una visión para la transformación fundamental de Sudáfrica".

El ANC defendió en las elecciones de 1994 la promesa última de la transformación: "Una vida mejor para todos." La promesa del cambio colgaba como fruta madura: el gobierno, la economía y la sociedad serían transformadas. Una agenda intensiva transformaría la vivienda, la educación, la salud y el bienestar; una varita mágica transformadora se agitaría sobre la policía, el ejército y la administración pública; la nación cambiaría sus creencias y sus conductas, cubierta por las tonalidades del arco iris.

La propuesta de transformación prometió demasiado… y muy poco. Prometía demasiado, porque muchos de los que pronunciaban las consignas sabían perfectamente que los acuerdos negociados imponían estrechos límites a lo que realmente el ANC podría cambiar, dejando al margen cualquier cambio fundamental o radical. Ellos sabían que en la transición y en las elecciones de1994 no se anunciaban cambios fundamentales en la distribución del poder social o económico; que el Estado no había sido desmantelado, sino retomado, más o menos intacto, bajo una nueva administración; y en tanto que la economía se mantuviese (como decían los expertos) "no era un buen momento para que el nuevo gobierno tratara de implementar nuevas políticas o programas".
Invocando la transformación, también el ANC prometió demasiado poco, ya que no especificó claramente que era lo que iba a cambiar, ni cómo, ni cuándo. Blandiendo la ‘transformación’ como eslogan, la vació de significado como programa real. Así, "transformación" se convertía en el concepto indispensable del discurso político, adquiría nuevos significados. Llegando a ser algo convencional, despojado de toda asociación con luchas y  resistencia.

Los límites en la transformación, en la medida en que no se han cumplido las expectativas de un cambio más profundo, son complejos e importantes. En parte, porque las expectativas de transformación de 1994 eran poco realistas y en parte, porque el cambio se vio limitado por prioridades políticas y decisiones tomadas por el gobierno del ANC.
Algunos de los cambios que han tenido lugar son difíciles de cuantificar, pero son sin embargo reales. Se trata de los que están en el reino de la conciencia; que tienen que ver con "la dignidad y la capacidad de actuar": incluso con una atrofiada transformación social y económica, millones de personas tienen hoy un nuevo sentido de autoestima y creen en su capacidad. Es el corolario subjetivo de la inclusión formal o constitucional.

El contexto mundial ha limitado la capacidad del ANC como gobierno de varias formas, en los 20 años transcurridos desde que tomó el poder. En primer lugar, por las concesiones hechas por el ANC durante las negociaciones, a favor de la continuidad capitalista y lejos de la redistribución, que reflejaban el equilibrio internacional, a favor de las fuerzas más contrarias a la izquierda, en el mundo en desarrollo. En segundo lugar, habiéndose comprometido por adelantado con el equilibrio presupuestario, con la prudencia fiscal y con la liberalización de la economía, el ANC, una vez en el cargo, sólo podía funcionar dentro de lo que Antonio Gramsci llamó "los límites de lo posible".

Habiendo relajado los controles del capital, el ANC no pudo impedir la fuga de capitales, como los de las grandes corporaciones que globalizan sus operaciones, cotizan en las bolsas de valores europeas y transfieren grandes cantidades de dinero fuera del país. El capital fluía fuera de la economía surafricana mucho más rápido que entraba el goteo de la inversión extranjera. Al liberalizar los aranceles, la ANC tuvo que presenciar como se perjudicaba a la industria textil nacional con las importaciones baratas y como se eliminaban cientos de miles de puestos de trabajo en la industria manufacturera.
En tercer lugar, muchos aspectos de la economía actual de Sudáfrica, simplemente son un reflejo de lo que ocurre en las economías capitalistas de todo el mundo: el incremento de la desigualdad, una precarización acelerada de la mano de obra y el aumento del desempleo.

En los años de auge, las economías nacionales dependían de las burbujas de la propiedad inmobiliaria y de las materias primas, de la deuda privada y del consumo de artículos de lujo. Sudáfrica, desde 1994, ha replicado cada una de estas características. Y los sudafricanos que se han beneficiado de estos desarrollos han tendido, cada vez con mayor frecuencia, (al igual que sus homólogos internacionales), a considerarlos como normales, y a que "las cosas son de esa manera". Y si así son las cosas, ¿qué beneficio se puede sacar resistiéndose o por que habría que buscarles una alternativa? Dejarse llevar tan fácilmente por la circularidad del "sentido común de las fuerzas del mercado" no sólo implica pereza, sino que también cierra el camino a otras maneras de pensar sobre los desafíos y las soluciones para Sudáfrica.

En cuarto lugar, este sentido común, el contexto ideológico e intelectual de la edad, significa que hay un stock de soluciones ya hechas, opciones de probada eficacia, para casi todas las áreas de la política. Los responsables políticos de Sudáfrica, al igual que sus contrapartes en otros lugares, utilizaron en un conjunto de herramientas conceptuales importado. Las labores de policía comunitarias en la prevención del delito; la educación centrada en resultados; las técnicas y preceptos gerenciales en las universidades; la nueva gestión de lo público; las sociedades público-privadas; las doctrinas de "recuperación de costes" y de "pago directo por el usuario" en la prestación de servicios públicos; y los llamamientos para una mayor "flexibilidad" en el mercado de trabajo… Todo ello, son sólo algunos ejemplos de las "soluciones" diseñadas por las economías capitalistas avanzadas.
El ANC se ha enfrentado, durante años, a como definirse a sí mismo frente al orden económico capitalista dentro del que ejerce el poder. Aproximadamente, desde el 2004, ha tratado de diferenciar su enfoque del de un Estado Capitalista Neoliberal, proclamando que se convertiría en un Estado Desarrollista,  más intervencionista y más autónomo del Capital.

Distanciándose a sí mismo de la fase anterior, calificada de "fundamentalista", la fase GEAR (ndt: acrónimo de “Growth, Employment and Redistribution”), (Crecimiento, Empleo y Redistribución), Thabo Mbeki, en su segundo mandato, dio un empujón político hacia lo que Adam Habib calificó acertadamente como "Neoliberalismo con rostro humano". La Administración de Jacob Zuma ha ampliado las políticas de ajuste iniciadas bajo Mbeki: intentos de revivir a la industria, la extensión del sistema de bienestar social, un programa de obras públicas financiado, en parte, permitiendo un incremento del déficit presupuestario. Habib sugiere que es como ir "a tientas hacia la social-democracia."

En 2009, el programa electoral del CNA prometió que "el Estado Desarrollista jugará un papel central y estratégico en la economía. Aseguraremos la mayor eficiencia del Gobierno". Pero los datos registrados, en su segunda década en el poder, sugieren que el ANC ha fracasado en cumplir esas dos promesas, la remodelación de la economía y el funcionamiento eficiente del gobierno.

El gobierno de Zuma continua paralizado dentro de la misma contradicción que constreñía a Mbeki: el compromiso con la estabilidad macroeconómica mantiene su carácter de carta-triunfo. El Tesoro cierra departamentos por su gasto; y (como en el Plan Nacional para el Desarrollo) la versión actual de una "vida mejor para todos" de la ANC, se basa, en última instancia, en economías del gota a gota,  donde el crecimiento va antes que la redistribución.

La ANC en el gobierno no ha alcanzado un nuevo acuerdo con las grandes empresas, que permita "persuadir o coaccionar al capital privado para que invierta" en el crecimiento interno, sino que, por el contrario, ha favorecido la fuga de capitales y ha dejado libres de la responsabilidad de colaborar con la acumulación interna a las grandes corporaciones.
Los Estados Desarrollistas exitosos (incluyendo los originales "Tigres Asiáticos" y los "Estados Desarrollistas democráticos" contemporáneos) tenían capacidad para diseñar, implementar y administrar sus políticas: se apoyaron en eficientes departamentos estatales, atendidos por un funcionariado meritocrático.

"Un Estado Desarrollista requiere un cambio intelectual, cultural y filosófico que Sudáfrica todavía no ha hecho," juzga el profesor Roger Southall. "En ese Estado, la burocracia estatal se compone de los más brillantes y de los mejores de la Nación, que siguen una carrera administrativa sin estar sujetos a los caprichos de la fortuna política."

Los ministerios del Estado sudafricano y sus funcionarios, en muchos aspectos, fallan ese test. Hay una opinión muy extendida que sugiere que ese fracaso está, casi en su totalidad, ligado a la discriminación positiva por la que la "representatividad" ha derrotado a la eficiencia. Tal explicación es pobre intelectualmente y a menudo, racista, tanto en el tono como en la presunción.
Cualquier análisis de los datos sobre los malos resultados de la Administración Pública, en todos los niveles de Gobierno, señalaría otras causas. En primer lugar, la burocracia post-Apartheid abarcaba un campo mucho más extenso que su predecesora durante el Apartheid, que solo "existía, originariamente, para proporcionar servicios a sus electores blancos". El Estado post-Apartheid, de hecho "aumentó su cuota de cobertura de cuatro a cuarenta y cuatro millones de personas. Esto, sin duda, requiere de un Servicio Público mucho más capacitado. El sector público se enfrenta a grandes dificultades para adaptarse a este colosal desafío."
Este desafío se acentúa, sobre todo entre 1996 y 2003, cuando la preocupación de la ANC por controlar el gasto público, dejo sin cubrir los puestos vacantes en muchos Departamentos. Además, Ivor Chipkin ha explicado, convincentemente que, el surgimiento de la Nueva Gestión Pública en los Departamentos de Estado ha agravado el déficit de competencias por un nuevo énfasis en lo gerencial en lugar de en la administración, elevando el listón de lo que se requiere a los altos funcionarios públicos, precisamente al mismo tiempo que se pretendía repoblar sus filas con más miembros negros.

La competencia del Estado se ha visto seriamente erosionada por la incapacidad o falta de voluntad, por parte del ANC, para frenar la corrupción y el soborno entre sus propios miembros "desplegados" en la función pública.

¿Cómo tener éxito, entonces, mientras el ANC va "a tientas hacia la social-democracia?" Según su propia versión, el ANC "se inclina hacia los pobres", "reconoce el papel dirigente de la clase obrera en la transformación social ...", es "una fuerza disciplinada de la izquierda" y "se acerca, en muchos aspectos, a los mejores elementos de un Estado Desarrollista y de la social-democracia." Esto combina la habitual retórica hueca de la izquierda, con un giro bastante melancólico de optimismo: "acercándose, en muchos aspectos".

En esos términos, uno tiene que preguntarse, si el proyecto del ANC nos "acerca" a un Estado Desarrollista o a la social-democracia. Ningún jadeo o resoplido por la disparidad entre la "primera" y la "segunda" economía puede ocultar el hecho de que es precisamente el funcionamiento de la economía capitalista, en su estructura actual, el que ayuda a crear pobreza y paro para la mitad de la población.
Tampoco puede ningún grado de inclinación hacia los pobres, (y mucho menos el reconocer el liderazgo de la clase obrera), ocultar el hecho de que existe, actualmente, una parte importante de la elite política y empresarial del ANC que ofrecería resistencia ante cualquier intento de alterar, de manera significativa, el status quo. Muchos altos funcionarios del ANC tienen importantes intereses empresariales; y líderes empresariales sudafricanos comparten con ellos un conjunto de puntos de vista acerca de los impuestos, la regulación y el mercado de trabajo, “con independencia de su pigmentación".
Colin Bundy es profesor de estudios africanos en la Universidad de Oxford. El artículo es un extracto editado de su reciente libro Short-changed? South Africa since Apartheid.
Gracias a : Sinpermiso

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