Colin Bundy · · · · · |
27/04/14 |
El Partido en el Poder ha fracasado
en transformar la economía y el gobierno eficazmente en un Estado en desarrollo.
Érase una
vez - hace 20 años, para ser exactos –, Sudáfrica estaba al borde de la
transformación. El ANC (ndt: el Partido de Mandela, Congreso Nacional Africano)
lo decía así, una y otra vez. Según palabras del Presidente Nelson Mandela:
"Nuestro país está atravesando una profunda transformación en todos los
sectores del gobierno y de la sociedad... Esta transformación alcanzará a todos
los sectores de gobierno, a todo departamento y a toda institución
pública." El Programa para la Reconstrucción y el Desarrollo, llamado el
Libro Blanco RDP, nos proporciona "una visión para la transformación
fundamental de Sudáfrica".
El ANC defendió
en las elecciones de 1994 la promesa última de la transformación: "Una
vida mejor para todos." La promesa del cambio colgaba como fruta madura:
el gobierno, la economía y la sociedad serían transformadas. Una agenda
intensiva transformaría la vivienda, la educación, la salud y el bienestar; una
varita mágica transformadora se agitaría sobre la policía, el ejército y la
administración pública; la nación cambiaría sus creencias y sus conductas,
cubierta por las tonalidades del arco iris.
La propuesta
de transformación prometió demasiado… y muy poco. Prometía demasiado, porque
muchos de los que pronunciaban las consignas sabían perfectamente que los
acuerdos negociados imponían estrechos límites a lo que realmente el ANC podría
cambiar, dejando al margen cualquier cambio fundamental o radical. Ellos sabían
que en la transición y en las elecciones de1994 no se anunciaban cambios
fundamentales en la distribución del poder social o económico; que el Estado no
había sido desmantelado, sino retomado, más o menos intacto, bajo una nueva
administración; y en tanto que la economía se mantuviese (como decían los
expertos) "no era un buen momento para que el nuevo gobierno tratara de
implementar nuevas políticas o programas".
Invocando la
transformación, también el ANC prometió demasiado poco, ya que no especificó
claramente que era lo que iba a cambiar, ni cómo, ni cuándo. Blandiendo la
‘transformación’ como eslogan, la vació de significado como programa real. Así,
"transformación" se convertía en el concepto indispensable del
discurso político, adquiría nuevos significados. Llegando a ser algo
convencional, despojado de toda asociación con luchas y resistencia.
Los límites
en la transformación, en la medida en que no se han cumplido las expectativas
de un cambio más profundo, son complejos e importantes. En parte, porque las
expectativas de transformación de 1994 eran poco realistas y en parte, porque
el cambio se vio limitado por prioridades políticas y decisiones tomadas por el
gobierno del ANC.
Algunos de
los cambios que han tenido lugar son difíciles de cuantificar, pero son sin
embargo reales. Se trata de los que están en el reino de la conciencia; que
tienen que ver con "la dignidad y la capacidad de actuar": incluso con
una atrofiada transformación social y económica, millones de personas tienen
hoy un nuevo sentido de autoestima y creen en su capacidad. Es el corolario
subjetivo de la inclusión formal o constitucional.
El contexto
mundial ha limitado la capacidad del ANC como gobierno de varias formas, en los
20 años transcurridos desde que tomó el poder. En primer lugar, por las
concesiones hechas por el ANC durante las negociaciones, a favor de la
continuidad capitalista y lejos de la redistribución, que reflejaban el
equilibrio internacional, a favor de las fuerzas más contrarias a la izquierda,
en el mundo en desarrollo. En segundo lugar, habiéndose comprometido por
adelantado con el equilibrio presupuestario, con la prudencia fiscal y con la
liberalización de la economía, el ANC, una vez en el cargo, sólo podía
funcionar dentro de lo que Antonio Gramsci llamó "los límites de lo
posible".
Habiendo
relajado los controles del capital, el ANC no pudo impedir la fuga de
capitales, como los de las grandes corporaciones que globalizan sus
operaciones, cotizan en las bolsas de valores europeas y transfieren grandes
cantidades de dinero fuera del país. El capital fluía fuera de la economía
surafricana mucho más rápido que entraba el goteo de la inversión extranjera.
Al liberalizar los aranceles, la ANC tuvo que presenciar como se perjudicaba a
la industria textil nacional con las importaciones baratas y como se eliminaban
cientos de miles de puestos de trabajo en la industria manufacturera.
En tercer
lugar, muchos aspectos de la economía actual de Sudáfrica, simplemente son un
reflejo de lo que ocurre en las economías capitalistas de todo el mundo: el
incremento de la desigualdad, una precarización acelerada de la mano de obra y
el aumento del desempleo.
En los años
de auge, las economías nacionales dependían de las burbujas de la propiedad
inmobiliaria y de las materias primas, de la deuda privada y del consumo de
artículos de lujo. Sudáfrica, desde 1994, ha replicado cada una de estas
características. Y los sudafricanos que se han beneficiado de estos desarrollos
han tendido, cada vez con mayor frecuencia, (al igual que sus homólogos
internacionales), a considerarlos como normales, y a que "las cosas son de
esa manera". Y si así son las cosas, ¿qué beneficio se puede sacar resistiéndose
o por que habría que buscarles una alternativa? Dejarse llevar tan fácilmente
por la circularidad del "sentido común de las fuerzas del mercado" no
sólo implica pereza, sino que también cierra el camino a otras maneras de
pensar sobre los desafíos y las soluciones para Sudáfrica.
En cuarto
lugar, este sentido común, el contexto ideológico e intelectual de la edad,
significa que hay un stock de soluciones ya hechas, opciones de probada
eficacia, para casi todas las áreas de la política. Los responsables políticos
de Sudáfrica, al igual que sus contrapartes en otros lugares, utilizaron en un
conjunto de herramientas conceptuales importado. Las labores de policía
comunitarias en la prevención del delito; la educación centrada en resultados;
las técnicas y preceptos gerenciales en las universidades; la nueva gestión de
lo público; las sociedades público-privadas; las doctrinas de
"recuperación de costes" y de "pago directo por el usuario"
en la prestación de servicios públicos; y los llamamientos para una mayor
"flexibilidad" en el mercado de trabajo… Todo ello, son sólo algunos
ejemplos de las "soluciones" diseñadas por las economías capitalistas
avanzadas.
El ANC se ha
enfrentado, durante años, a como definirse a sí mismo frente al orden económico
capitalista dentro del que ejerce el poder. Aproximadamente, desde el 2004, ha
tratado de diferenciar su enfoque del de un Estado Capitalista Neoliberal,
proclamando que se convertiría en un Estado Desarrollista, más intervencionista y más autónomo del
Capital.
Distanciándose
a sí mismo de la fase anterior, calificada de "fundamentalista", la
fase GEAR (ndt: acrónimo de “Growth, Employment and Redistribution”),
(Crecimiento, Empleo y Redistribución), Thabo Mbeki, en su segundo mandato, dio
un empujón político hacia lo que Adam Habib calificó acertadamente como
"Neoliberalismo con rostro humano". La Administración de Jacob Zuma
ha ampliado las políticas de ajuste iniciadas bajo Mbeki: intentos de revivir a
la industria, la extensión del sistema de bienestar social, un programa de
obras públicas financiado, en parte, permitiendo un incremento del déficit
presupuestario. Habib sugiere que es como ir "a tientas hacia la
social-democracia."
En 2009, el
programa electoral del CNA prometió que "el Estado Desarrollista jugará un
papel central y estratégico en la economía. Aseguraremos la mayor eficiencia
del Gobierno". Pero los datos registrados, en su segunda década en el
poder, sugieren que el ANC ha fracasado en cumplir esas dos promesas, la
remodelación de la economía y el funcionamiento eficiente del gobierno.
El gobierno
de Zuma continua paralizado dentro de la misma contradicción que constreñía a
Mbeki: el compromiso con la estabilidad macroeconómica mantiene su carácter de
carta-triunfo. El Tesoro cierra departamentos por su gasto; y (como en el Plan
Nacional para el Desarrollo) la versión actual de una "vida mejor para
todos" de la ANC, se basa, en última instancia, en economías del gota a
gota, donde el crecimiento va antes que
la redistribución.
La ANC en el
gobierno no ha alcanzado un nuevo acuerdo con las grandes empresas, que permita
"persuadir o coaccionar al capital privado para que invierta" en el
crecimiento interno, sino que, por el contrario, ha favorecido la fuga de
capitales y ha dejado libres de la responsabilidad de colaborar con la
acumulación interna a las grandes corporaciones.
Los Estados
Desarrollistas exitosos (incluyendo los originales "Tigres Asiáticos"
y los "Estados Desarrollistas democráticos" contemporáneos) tenían
capacidad para diseñar, implementar y administrar sus políticas: se apoyaron en
eficientes departamentos estatales, atendidos por un funcionariado
meritocrático.
"Un
Estado Desarrollista requiere un cambio intelectual, cultural y filosófico que
Sudáfrica todavía no ha hecho," juzga el profesor Roger Southall. "En
ese Estado, la burocracia estatal se compone de los más brillantes y de los
mejores de la Nación, que siguen una carrera administrativa sin estar sujetos a
los caprichos de la fortuna política."
Los ministerios
del Estado sudafricano y sus funcionarios, en muchos aspectos, fallan ese test.
Hay una opinión muy extendida que sugiere que ese fracaso está, casi en su
totalidad, ligado a la discriminación positiva por la que la
"representatividad" ha derrotado a la eficiencia. Tal explicación es
pobre intelectualmente y a menudo, racista, tanto en el tono como en la
presunción.
Cualquier
análisis de los datos sobre los malos resultados de la Administración Pública,
en todos los niveles de Gobierno, señalaría otras causas. En primer lugar, la
burocracia post-Apartheid abarcaba un campo mucho más extenso que su
predecesora durante el Apartheid, que solo "existía, originariamente, para
proporcionar servicios a sus electores blancos". El Estado post-Apartheid,
de hecho "aumentó su cuota de cobertura de cuatro a cuarenta y cuatro
millones de personas. Esto, sin duda, requiere de un Servicio Público mucho más
capacitado. El sector público se enfrenta a grandes dificultades para adaptarse
a este colosal desafío."
Este desafío
se acentúa, sobre todo entre 1996 y 2003, cuando la preocupación de la ANC por
controlar el gasto público, dejo sin cubrir los puestos vacantes en muchos
Departamentos. Además, Ivor Chipkin ha explicado, convincentemente que, el
surgimiento de la Nueva Gestión Pública en los Departamentos de Estado ha
agravado el déficit de competencias por un nuevo énfasis en lo gerencial en
lugar de en la administración, elevando el listón de lo que se requiere a los
altos funcionarios públicos, precisamente al mismo tiempo que se pretendía
repoblar sus filas con más miembros negros.
La
competencia del Estado se ha visto seriamente erosionada por la incapacidad o
falta de voluntad, por parte del ANC, para frenar la corrupción y el soborno
entre sus propios miembros "desplegados" en la función pública.
¿Cómo tener
éxito, entonces, mientras el ANC va "a tientas hacia la
social-democracia?" Según su propia versión, el ANC "se inclina hacia
los pobres", "reconoce el papel dirigente de la clase obrera en la
transformación social ...", es "una fuerza disciplinada de la
izquierda" y "se acerca, en muchos aspectos, a los mejores elementos
de un Estado Desarrollista y de la social-democracia." Esto combina la
habitual retórica hueca de la izquierda, con un giro bastante melancólico de
optimismo: "acercándose, en muchos aspectos".
En esos
términos, uno tiene que preguntarse, si el proyecto del ANC nos
"acerca" a un Estado Desarrollista o a la social-democracia. Ningún
jadeo o resoplido por la disparidad entre la "primera" y la
"segunda" economía puede ocultar el hecho de que es precisamente el
funcionamiento de la economía capitalista, en su estructura actual, el que
ayuda a crear pobreza y paro para la mitad de la población.
Tampoco
puede ningún grado de inclinación hacia los pobres, (y mucho menos el reconocer
el liderazgo de la clase obrera), ocultar el hecho de que existe, actualmente,
una parte importante de la elite política y empresarial del ANC que ofrecería
resistencia ante cualquier intento de alterar, de manera significativa, el
status quo. Muchos altos funcionarios del ANC tienen importantes intereses
empresariales; y líderes empresariales sudafricanos comparten con ellos un
conjunto de puntos de vista acerca de los impuestos, la regulación y el mercado
de trabajo, “con independencia de su pigmentación".
Colin Bundy es profesor de estudios africanos en
la Universidad de Oxford. El artículo es un extracto editado de su reciente
libro Short-changed? South Africa since
Apartheid.
Gracias a : Sinpermiso
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