Miguel Concha · Luis Hernández Navarro · · · · |
26/10/14 |
“Estamos decididos a todo, incluso a perder la vida” dijeron los padres de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos, en una conferencia de prensa realizada el viernes 24 en Chilpancingo, Guerrero. Dos días antes, el 22 de octubre, miles de manifestantes en México y en numerosas ciudades del mundo participaron del reclamo universal: “Una luz por Ayotzinapa”. Mientras se encuentran nuevas fosas con restos humanos, mochilas, zapatos, y lapiceras, toda la clase dominante de México y sus poderosos aliados al norte del Río Bravo, miran para otro lado, como si nada tuvieran que ver ni que hacer en esta nueva tragedia mexicana. Reproducimos en este dossier los artículos de Miguel Concha y Luis Hernández Navarro, que complementan los trabajos ya publicados semanas atrás sobre los crímenes de lesa humanidad en Guerrero. Redacción de SP.
A
un mes de Ayotzinapa
Los dolorosos e indignos hechos que
se dieron en el tan golpeado sur del país, ahora en Iguala, Guerrero, a casi un
mes de acontecidos, en los que se desaparecieron forzadamente a 43 jóvenes
normalistas, se ejecutaron arbitrariamente a tres, y más de una veintena
padecieron tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes, son con mucho una
muestra del horror y la tragedia en la que nos encontramos. Tan sólo tratar de
imaginar el terror al que fueron sometidas estas personas, uno se llena de
indignación y profunda consternación por lo que sucede en México. Parecía en
efecto superada una etapa de nuestra historia, pero no es así: los crímenes de
Estado están todavía presentes entre nosotros, pues los casos de Ayotzinapa son
un crimen de lesa humanidad.
El pasado miércoles, cuando miles y
miles de personas marcharon en muchas ciudades de la República y del mundo,
quedó claro que en la sociedad no entendemos este caso como aislado del resto
del contexto nacional, ni mucho menos creemos que sea producto sólo de la
violencia crecida del crimen organizado; por el contrario, ya sabemos que el
Estado mexicano es el responsable de estos crímenes: desapareció a los
estudiantes normalistas, los ejecutó, los torturó y los maltrató. Así es
como deben pasar a la historia estos hechos estrujantes, que han conmovido
masivamente a las personas y pueblos del mundo.
En este sentido, y por lo que hace a
la desaparición forzada, puedo decir que, tal como establece la Convención
Interamericana sobre el tema (artículo 2), se trata de la privación de la
libertad a una o más personas, cualquiera que fuere su forma, cometida por
agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúen con la
autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la falta de
información o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o de
informar sobre el paradero de la persona, con lo cual se impide el ejercicio de
los recursos legales y de las garantías procesales pertinentes. Hoy conocemos
las formas en que los agentes del Estado participaron directamente, junto a sus
secuaces, en la desaparición de los 43 normalistas.
Con base en lo anterior, al Estado
se le generan obligaciones que no puede evadir. Son su responsabilidad, y por
ende debe destinar todos los recursos posibles, echar mano de manera inmediata
de todos los medios a su alcance, para realizar la búsqueda y presentar con
vida a quienes han sido objeto de tan graves violaciones a sus derechos
humanos, o fundamentar su paradero. En primer lugar, estos hechos jamás
debieron ocurrir, pues el Estado está obligado a prevenirlos mediante la
realización de acciones legales e institucionales efectivas, así como a evitar
que estas violaciones se cometieran por parte de autoridades relacionadas con
particulares.
En todo momento debe proteger y
respetar los derechos de las personas, y por tanto tiene que crear mecanismos
correlacionados con las actividades que realicen sus servidores públicos, e
impedir que cometan actos de desaparición forzada. Debe además contemplarlo en
su marco normativo, teniendo en cuenta las probabilidades de que se den casos
como estos en el ejercicio de sus funciones, y en todo momento esforzarse por
erradicar estas prácticas entre instituciones coludidas con particulares.
En el caso de Ayotzinapa, muy a
nuestro pesar, es evidente que a escasas horas de completarse un mes de los
hechos, el Estado mexicano ha demostrado incumplimiento en su obligación de
garantizar los derechos de las víctimas, pues el gobierno federal tardó hasta
10 días en asumir que se trataba de un caso que compete a los tres niveles de
la administración y a los distintos poderes de la Unión.
Debo decir que es obligación
explícita del Estado en su conjunto establecer un sistema integral de
colaboración en todos sus niveles para la búsqueda inmediata y la localización
de las personas desaparecidas, así como para la investigación de los hechos, la
atención a las víctimas y la reparación integral del daño. En relación con
esto, el Estado debe garantizar también que en un contexto de graves,
manifiestas, masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos, la
desaparición forzada constituye un crimen de lesa humanidad que no puede
investigar de manera aislada, tal como la comunidad internacional se lo ha
venido exigiendo.
Ayotzinapa es un crimen de Estado,
lo repetiremos y denunciaremos hasta el cansancio. Hasta que todo el mundo se
entere de que el Estado mexicano ha configurado un aparato que comete graves
violaciones a los derechos humanos. En este caso, a jóvenes normalistas y a sus
familias. Estas últimas tienen el principalísimo derecho a la verdad, y podría
agregar que a la verdad verdadera. Es decir, a saber cómo sucedieron en
realidad los hechos. Es inaceptable que el Estado administre la información y
limite el acceso de los familiares a conocer sobre los procesos de
investigación y búsqueda. Es un derecho de las familias ser informadas
primariamente sobre los pormenores de lo que pasó y está pasando.
Asimismo, en cuanto hace a su
obligación de reparar los daños, el Estado debe proceder de manera
individualizada, es decir, por cada una de las personas afectadas y por cada
uno de sus familiares. Y ésta no debe depender de la investigación, de la
sanción a los posibles responsables, ni del éxito o no de la búsqueda de las
personas desaparecidas.
La reparación debe además proveerse
de manera integral, así como estar apegada a las necesidades y exigencias de
las víctimas. No debe calcularla, debe preguntar sobre los mecanismos que las
víctimas establezcan en cuanto a forma y medios por los cuales consideren que
podrían ver medianamente reparado el daño ocasionado. De entrada sabemos que
nada puede ayudar más a las familias que la presentación con vida de los
jóvenes desaparecidos forzadamente. Hoy las familias y toda la sociedad somos
conscientes de que en México necesitamos organizarnos pacíficamente para
erradicar este sistema de muerte. Ayotzinapa debe ser un punto de quiebre en el
país.
Miguel Concha es un sacerdote
mexicano, veterano activista de la lucha a favor de los derechos humanos.
La Jornada 25-10-2014
Guerrero
y la narcopolítica
Una narcomanta de dos
metros de largo fue encontrada en la madrugada del 16 de octubre. Apareció en
la barda posterior de la escuela secundaria número tres en Iguala, Guerrero, a
menos de un kilómetro del 27 batallón de infantería. En ella, en un mensaje
escrito con letra de molde en pintura roja y negra, El Choky solicita
justicia al presidente Peña Nieto. De paso, denuncia, con nombres, apellidos y
seudónimos, a los responsables del asesinato y desaparición de los normalistas
de Ayotzinapa.
El Choky fue señalado en días
pasados por el fiscal general del estado, Iñaky Blanco, como jefe de sicarios
de Guerreros Unidos, y responsable de ordenar la matanza y desaparición de
los jóvenes el pasado 26 de septiembre, tras el ataque contra ellos de policías
y sicarios.
La lista de los asociados al grupo
delincuencial delatados en la manta es larga: ocho alcaldes, directores de
Seguridad Pública, el delegado de la Secretaría de Desarrollo Agrario,
Territorial y Urbano y distintos personajes. Según el denunciante,
éstas son las gentes que el gobierno deja andar libres y cometiendo tanto
delito contra la población. Finalmente aclara: No toda la culpa la tengo
yo. Firma: “Atte: Choky”.
El clima delincuencial denunciado
por el narco mensaje no es exclusivo de Iguala y de siete alcaldías
de la Tierra Caliente. El tipo de relación entre el edil José Luis Abarca, su
policía local y el crimen organizado, puesto al descubierto con la masacre del
pasado 26 de septiembre, está presente en muchos municipios de Guerrero. Se
trata de una relación que involucra también a importantes políticos locales,
legisladores estatales y federales, dirigentes partidarios, jefes de la policía
y mandos militares. Es por ello que podemos caracterizar al régimen político
existente en la entidad como un narcoestado.
Denuncias como la
del Chokycorren de boca en boca entre los guerrerenses. Empresarios,
dirigentes sociales y periodistas han documentado este nexo. Parte de la prensa
local y la nacional los ha publicado. En algunos casos, como en Iguala con el
asesinato de los tres dirigentes de la Unión Popular, incluso se han presentado
acusaciones formales ante las autoridades correspondientes. Todo ha sido en
balde.
Quienes han alertado sobre la
extensión y profundidad de la narcopolítica en la entidad han sido
eliminados y amenazados. Cuando el empresario Pioquinto Damián Huato, líder de
la Canaco en Chilpancigo, acusó a Mario Moreno, alcalde de la ciudad, de tener
vínculos con el grupo delincuencial Los Rojos, fue víctima de un atentado
en el que murió su nuera y quedó herido su hijo.
Invariablemente los políticos
señalados han negado las acusaciones y las han explicado como resultado de
rencillas políticas, que ellos no son responsables del comportamiento de sus
familiares o amigos. Han dicho que las autoridades deben investigarlos y que
están en la mejor disposición de aclarar las cosas. Pero nada se ha hecho. El
pacto de impunidad que blinda a la clase política ha actuado entrado una y otra
vez.
Según el obispo Raúl Vera, quien
estuvo al frente de la diócesis de Ciudad Altamirano entre 1988 y 1995, la
impunidad es la característica más lacerante de Guerrero y su desafío más
importante. Su extensión y persistencia –señala– alienta el crimen y la
violación de los derechos humanos y la dignidad.
Pero la violencia no es sólo asunto
de disputas entre grupos político-delincuenciales por centros de producción,
rutas y plazas. Es también resultado de la decisión de los poderes fácticos de
deshacerse de líderes sociales opositores y de la protección que desde el poder
se les brinda a quienes los liquidan o desaparecen.
Las víctimas de desaparición forzada
y de ejecuciones extrajudiciales durante el gobierno de Ángel Aguirre son
múltiples. La relación de asesinados y detenidos-desaparecidos durante su
administración es enorme.
Entre otros muchos, forman parte de
ella los ecologistas Eva Alarcón Ortiz y Marcial Bautista Valle. Los
normalistas Jorge Alexis Herrera y Gabriel Echeverría. Los dirigentes de la
Liga Agraria Revolucionaria del Sur Emiliano Zapata, Raymundo Velázquez y
Samuel Vargas. La ambientalista Juventina Villa y a su hijo Reynaldo Santana.
El síndico de Iguala, Justino Carbajal. Los integrantes de la Unión Popular
Arturo Hernández, Rafael Banderas y Ángel Román. Rocío Mesino, que estaba al
frente de la Organización Campesina de la Sierra del Sur. Los campesinos Juan
Lucena y José Luis Sotelo, promotores de una autodefensa en Atoyac. Los
organizadores campesinos José Luis Olivares Enríquez y Ana Lilia Gatica Rómulo.
La narcopolítica no es
asunto exclusivo del viejo PRI. Integrantes de varias corrientes en el PRD han
sido señalados como parte de ella. De manera reiterada, el miembro de Nueva
Izquierda y presidente del Congreso estatal, Bernardo Ortega, ha sido señalado
como jefe del grupo Los Ardillos. Su padre estuvo preso por el asesinato
de dos agentes del AFI y fue ejecutado al salir libre.
Servando Gómez, La
Tuta, reveló en un video que Crescencio Reyes Torres, hermano de Carlos,
líder del sol azteca en la entidad y parte del Grupo Guerrero, dirigido por
David Jímenez, es uno de los principales dueños de laboratorios para la
fabricación de drogas sintéticas, aliado del cártel Jalisco Nueva
Generación.
Al mismo gobernador Aguirre se le ha
relacionado reiteradamente con el cártel Independiente de Acapulco. De su líder
Víctor Aguirre se dice que es primo del mandatario. Por supuesto, tanto el
gobernador como el resto de los acusados han rechazado enfáticamente cualquier
nexo con grupos delincuenciales.
Pese a la multitud de denuncias
contra ediles y funcionarios en la entidad, los arrestos han sido escasos.
Feliciano Álvarez Mesino, alcalde de Cuetzala del
Progreso, fue detenido por
secuestro y delincuencia organizada. Él se reivindicaba como parte del Grupo
Guerrero. El oficial mayor de Chilapa, el priísta Vicente Jiménez Aranda, fue apresado
por secuestro.
El asesinato y desaparición forzada
de los normalistas de Ayotzinapa ha destapado la cloaca de
la narcopolítica guerrerense. Falta ver si la pueden volver a tapar.
Luis Hernández Navarro, periodista, es coordinador
de opinión y editorialista del diario mexicano La Jornad
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